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Violencia familiar 

Erin Pizzey

 Aquellos de nosotros que trabajamos en el campo de la violencia doméstica nos enfrentamos diariamente con la difícil tarea de trabajar con mujeres dentro de familias problemáticas. En mi experiencia con la violencia familiar, he llegado a reconocer que hay mujeres implicadas en relaciones violentas de carácter físico y/o emocional las cuales muestran y exhiben trastornos más allá de lo esperado (y de lo aceptable) en una situación de estrés. Estas mujeres, motivadas por profundos sentimientos de venganza, rencor y animosidad se comportan de una manera particularmente destructiva; destructiva para ellas mismas pero también para los restantes miembros de la familia, de tal manera que complican una situación familiar, ya de por sí mala, en algo mucho peor. He considerado justificado describir a estas mujeres como “terroristas familiares”. Mi experiencia me dice que los hombres también son capaces de comportarse como “terroristas familiares”, pero la violencia masculina tiende a ser más física y explosiva. Disponemos de miles de estudios internacionales sobre la violencia masculina pero hay muy pocos sobre el porqué y el cómo de la violencia femenina. Pareciera como si hubiera una conspiración de silencio sobre las enormes cifras de la violencia ejercida por las mujeres. Como el “terrorismo familiar” es una táctica ampliamente utilizada por las mujeres con las que he trabajado en el campo de la violencia doméstica, enfocaré este problema discutiendo solamente mi trabajo con mujeres.

            La potencial capacidad para los comportamientos terroristas podría permanecer latente durante muchos años, manifestándose en toda su plenitud sólo bajo ciertas condiciones. He encontrado que, en muchos de los casos,  es la disolución o la amenaza de la disolución familiar la que pone de relieve la destructividad terrorista. Resulta esencial comprender que anteriormente a la disolución familiar la potencial terrorista juega un papel en la familia que no es, en absoluto, pasivo. La terrorista es el miembro de la familia cuyos estados de ánimo se imponen a la familia, cuyos caprichos y acciones  determinan el clima emocional del hogar. En este escenario la terrorista podría ser descrita como la “tirana” familiar, la que mantiene el control y poder sobre las emociones de todos los otros miembros. La familia bien podría ser caracterizada como violenta, incestuosa, disfuncional e infeliz, pero el principal responsable del inicio de los conflictos es la terrorista o la tirana que impone sus arrebatos histriónicos en las situaciones de calma, o (de modo invisible o más sutilmente) que calladamente manipula a los otros miembros a través de sentimientos de culpabilidad o de astutas e imperceptibles provocaciones. (La terrorista silenciosa y manipulativa es, muy a menudo, la terrorista que mejor pasa desapercibida. A través de la creación de una continua confusión, esta terrorista puede, virtualmente, llevar a otros miembros de la familia al alcoholismo, a las drogas, a comportamientos explosivos e incluso al suicidio. Por consiguiente, los otros miembros de la unidad familiar, son erróneamente considerados como “el problema de la familia”, al tiempo que la discreta terrorista es percibida como una santa mujer “que tiene que aguantarlo todo”.)

Mientras la familia permanece “unida”, en una desdichada unión más que en una verdadera unidad, la terrorista mantiene su poder. Sin embargo es, a menudo, la separación de la familia la que compromete el dominio de la terrorista y, consecuentemente, la reducción de su poder. Es pues, por consiguiente, la disolución familiar, el momento en que, más a menudo, la terrorista se siente más amenazada y más sola y por lo tanto es más peligrosa.

Es en esta situación de temor en la que la terrorista se propone la consecución de una meta determinada. Existen numerosos objetivos para la terrorista incluyendo: la reunificación de la familia otra vez, o asegurar que los niños (si hay niños en la relación) permanezcan bajo su control, o la activa destrucción emocional, física o financiera del esposo o del ex-esposo. Cuando fue evidente para Adolfo Hitler que ganar la guerra era imposible ordenó a las tropas que le quedaban destruir Berlín: si no podía ganar la guerra consideró que lo mejor para su imperio era que compartiera con él su destrucción personal. Similarmente, la terrorista familiar, perdiendo o habiendo perdido su supremacía, procurará traer la ruina (y en casos extremos la muerte) a los otros miembros familiares.

La terrorista familiar, como el terrorista político, está motivada por la consecución de una meta. En los intentos para “desarmar” a la terrorista, es de vital importancia que el terapeuta comience su intervención intentando identificar y comprender la meta de la terrorista.

Como en el caso del terrorista político, el  origen de la meta de la terrorista, puede provenir de algún agravio “legítimo”. La legitimidad del agravio podría ser considerada en términos de sentimientos justificados de indignación en respuesta a una injusticia o agresión actual, o la legitimidad podría existir únicamente en le mente de la terrorista. Si esta legitimidad es real o imaginada, el agravio es el punto inicial de la motivación de la terrorista. Un signo distintivo de una terrorista emocional es que esta motivación tiende a ser obsesiva por naturaleza.

¿De dónde proviene esta obsesión? ¿Por qué representa un impulso tan poderoso? En muchos casos, el agravio actual que manifiesta la terrorista contra el esposo tiene muy poco que ver con él. Aunque la terrorista podría ser consciente únicamente del agravio que el esposo le pudo hacer, el dolor de ésta ofensa (real o imaginada) es, invariablemente, un eco del pasado, una recreación, un reflejo de una  situación traumática de la infancia de la terrorista. No describiré con detalles los tipos de infancia que, consecuentemente, conducen a los diferentes tipos de terroristas. Sin embargo yo diría que, invariablemente, la infancia de la terrorista, una vez conocida, podría ser etiquetada como violenta (emocional y/o físicamente). También, invariablemente, la terrorista podría ser considerada como una persona “propensa a la violencia”. Defino a una mujer propensa a la violencia como una mujer que quejándose de que ella es la víctima inocente de la malicia y de las agresiones de todas las otras relaciones habidas en su vida es, de hecho, una víctima de su propia violencia y agresión. Una violenta y traumática infancia tiende a crear en el niño una adicción a la violencia y al dolor (una adicción en todos los niveles: emocional, física, intelectual y neuroquímico), una adicción que empuja al individuo a recrear situaciones  y relaciones caracterizadas por más violencia, más peligro, más sufrimientos, más dolor. Así, es principalmente el dolor residual de la infancia, y sólo secundariamente el dolor de la actual situación familiar la que sirve como el ímpetu de la motivación de la terrorista. Hay algo de patológico en la motivación de la terrorista, porque está basada no tanto en la misma realidad como en una visión torcida, una distorsión, una recreación de la misma.

Como la terrorista emocional es una persona propensa a la violencia, adicta a la violencia, las acciones de la terrorista deben ser entendidas como las acciones de una adicta. Cuando la familia estaba junta, la terrorista encontraba satisfacción para cualquiera de sus insanas apetencias y adicciones. Cuando la familia se disuelve, la terrorista se comporta con la misma desesperación, la misma obsesión, el mismo simple objetivo de cualquier adicto enfrentando o sufriendo el síndrome de abstinencia.

La simplicidad de su pensamiento y la parcialidad de los sentimientos, son ,quizás, el sello más importante de la terrorista emocional. Más aún, la magnitud de esta unilateralidad es, para el terapeuta, quizás, la mejor medida e indicador de hasta dónde pueden llegar a ser de extremadas las acciones de la terrorista.

Cualquier persona que padece una situación familiar desgraciada, o atraviesa por la ruptura de una relación o de un matrimonio, sentirá algún tipo de dolor y desesperación. Una persona relativamente bien equilibrada, sin embargo, será consciente no sólo de su propio malestar, será sensible, en algún grado, al sufrimiento del resto de los miembros de la familia. (Por ejemplo, unos padres relativamente bien equilibrados cuando enfrentan un divorcio, estarán más preocupados por el bienestar emocional de sus hijos que por su propio dolor) No así la terrorista emocional. Para ella sólo hay una persona equivocada y una víctima, sólo hay una persona que sufre: esta persona es ella misma. La terrorista emocional sólo empatiza y siente su propio dolor. De esta manera la sensibilidad para empatizar sentimientos de la terrorista es narcisista, solipsística y, de hecho, patológica.

Como anteriormente decía, no intentaré detallar aquí los factores de la infancia que conducen a la creación de una terrorista emocional. Lo que es, sin embargo, evidente, es la limitada o inexistente capacidad para reconocer los sentimientos de los otros de la terrorista emocional, así la capacidad para entender las emociones y sentimientos, más allá de los límites del propio yo, fue atrofiada en momentos cruciales del desarrollo infantil, debido a una multiplicidad de razones. Posteriormente, la terrorista adulta elaborará relaciones que no serán, en algunos niveles, verdaderas relaciones sino recreaciones de los miedos infantiles, de los mismos escenarios, situaciones y guiones. Durante la relación, la solipsística terrorista no se comportará genuinamente en respuesta a las emociones de los otros miembros de la familia, más bien los utilizará para la recreación y puesta en escena del programa terrorista. Y cuando, finalmente, la relación enfrente su disolución, la terrorista será sólo consciente de su propio dolor, indignación y sentimientos no empáticos para los otros miembros de la familia y procederá de manera unilateral en la persecución de su propia meta, ya sea la reunificación, la ruina o la venganza. La perspectiva de la terrorista no está modulada por la objetividad. En lugar de eso, la terrorista vive en un limitado mundo de absoluto dolor subjetivo y enfado. Como la conciencia consiste, sobre todo, en el reconocimiento de los sentimientos de los otros tanto como de los propios, el comportamiento de la terrorista emocional puede, muy a menudo, ser descrito, virtualmente como un comportamiento sin conciencia. Es en esta falta de conciencia donde descansa el peligro potencial de la verdadera terrorista y, por otro lado, el grado de conciencia mostrado es una útil medida, en mi trabajo, para anticipar su destructividad.

Un factor adicional que hace tan peligroso a la terrorista, es el hecho de que mientras persigue su monomaniático objetivo, se siente estimulada por un sentimiento de omnipotencia. Quizás sea verdad que uno se imagina omnipotente cuando, en realidad, uno está en una situación de impotencia (como en el caso de la pérdida del control familiar cuando se produce la disolución). Sea cual sea el origen de su sentimiento de omnipotencia, la terrorista se cree imparable, sin las limitaciones impuestas por la conciencia o la empatía y cree que ningún coste (para ella o  para los otros miembros de la familia) es demasiado alto para conseguir su objetivo.

La terrorista y sus acciones no conocen límites. (La estimación de la magnitud de su falta de límites representa el principal desafío de mi trabajo). En su intento de alcanzar la meta (o quizás mejor un “infierno retorcido” como una expresión más descriptiva y acertada) la terrorista perpetrará las siguientes acciones: acechará al esposo o ex-esposo, agredirá al esposo a la nueva compañera del esposo, telefoneará a los amigos comunes y a los socios del esposo en un intento de arruinar su reputación, fabricará cargos criminales contra el esposo (incluyendo la serie de denuncias por abuso contra los niños), escenificará intentos fallidos de suicidio con intención manipulativa, intentará separar a los niños del esposo arrebatándole la guardia y custodia, atentará, con actos vandálicos, contra la propiedad del esposo, asesinará al esposo y/o a los niños en un acto de venganza. De acuerdo a mi experiencia tanto hombres como mujeres son igualmente culpables de los comportamientos descritos más arriba, pero como el comportamiento disfuncional masculino es el que más comúnmente ha sido estudiado y descrito, la gente no llega a darse cuenta que las mujeres son igualmente culpables de esta clase de comportamiento violento.

Mi definición de un “terrorista familiar” o “terrorista emocional” es: una mujer o un hombre (pero para los propósitos del presente trabajo me refiero únicamente a las mujeres) el cual, patológicamente motivado (por tendencias irresueltas de una infancia problemática), y patológicamente insensible  a los sentimientos de los otros miembros familiares, busca de manera obsesiva, a través de desaforadas acciones alcanzar una meta destructiva (y por consiguiente patológica) que implica a los otros miembros de la familia.

Por tanto, este perfil pertenece a individuos en diferentes grados. Mucha gente, infeliz dentro de una relación o infeliz por la disolución de la misma, podría presentar ocasionalmente periodos de comportamiento “irracional”. Lo que caracteriza, sin embargo, a la “terrorista emocional” es que los comportamientos vengativos y destructivos son la norma; los momentos de calma y de lucidez son lapsos, momentáneos remansos de calma en medio de la tormenta.

También, hay mujeres las cuales, víctimas de una relación desdichada o después de la misma presentan un comportamiento más autodestructivo que dañino para los demás. Para la otra parte, que abandona a esta clase de individuo, el simple pensamiento de abandonarla se hace difícil e insostenible por lo frecuente de quejas absolutas del tipo “Yo no puedo vivir sin ti” o “sin ti yo estaría mejor muerta”. Seguramente existen muchas mujeres extremadamente dependientes en sus relaciones , las cuales, probablemente sufrieron algún tipo de traición emocional durante su infancia, y que sinceramente sienten que sus vidas fuera de la relación serían solitarias e insoportables. Resulta difícil dejar a este tipo de mujeres , y los hombres que lo intentan pueden llegar a sentir que al dejarlas serían responsables de darle un golpe mortal a una, ya de por sí, pobre infeliz. Los hombres, muy a menudo quedan atrapados en sus relaciones , las cuales podrían ser consideradas como “campos de concentración personales”, por el hecho de un sentimiento genuino de caballerosidad hacia su compañera. Las mujeres suelen poner mucho más de sí mismas en sus relaciones y, por consiguiente, sufren cuando sus relaciones fracasan.

Es una pregunta interesante si esta suerte de individuos con inclinaciones suicidas podrían ser considerados como terroristas emocionales. (Para mucha gente, sin duda, estos individuos serían clasificados en la categoría de “chantajistas emocionales). Creo que , lamentablemente, hay gente, profundamente dañada durante su infancia que ciertamente no puede afrontar la vida por ellos mismos. Cuando trabajamos con estos casos potenciales, sin embargo, tratamos de hacer entender al compañero que quiere dejar la relación que las inclinaciones suicidas han estado presentes en la relación durante muchos años, y que pese a lo trágico de la situación, una persona no puede ser considerada responsable de proteger a otra persona de por vida. En algunos individuos, la auténtica (aunque insana) añoranza por la muerte es un deseo enraizado en ellos desde la más temprana infancia, y en estos casos, es muy poco lo que un compañero puede hacer para alterar el aparentemente inevitable curso de esta pulsión.

Entre las verdaderas terroristas, sin embargo, las amenazas de suicidio pueden ser consideradas, en gran parte, como tácticas dentro de un rol manipulativo. En resumen, la terrorista dice, “ Si tú no puedes hacer lo que yo de digo, me mataré”. Si el suicidio permanece como una amenaza o es realizado, el verdadero terrorista utiliza el suicidio no tanto como una expresión de una pena desesperada sino como un arma para ser empuñada contra otros.

En el trabajo con clientes que están luchando dentro de una relación o en un proceso de disolución de la misma, me he enfrentado con muchas cuestiones, todas relevantes para medir el potencial terrorista femenino: ¿Perseverará la mujer en sus intentos de arruinar financieramente a su compañero? ¿Es ella sincera cuando promete matar a su compañero o de matarlo si se implica en una nueva relación? ¿Son las amenazas de suicidio sinceras o manipulativas? ¿Llevará adelante sus amenazas de utilizar la ley para “secuestrar” a sus hijos para lastimar a su compañero? ¿Lavará el cerebro de los niños hasta el extremo de que su ex-compañero no se atreva a formar una nueva relación?

El terrorismo emocional no es un tema confinado al contexto familiar. Conozco una exitosa mujer en el mundo de las bellas artes. Esta mujer ha sido perseguida por una antigua asistente suya la cual, vicariamente se imagina a sí misma como la misma escritora,  viste como ella, la acecha y hace manifestaciones publicas en las que afirma que ha sido ella la creadora de las obras de arte por las que la escritora es internacionalmente famosa.

En situaciones de terrorismo emocional y familiar, hay dos áreas susceptibles de ser abordadas. Medidas prácticas de protección (“estrategias de supervivencia”) para una parte de los miembros de la familia, y el trabajo terapéutico con el mismo o la misma terrorista. Debo reiterar, en esta fase, que tanto los hombres como las mujeres son capaces de tácticas terroristas pero que los hombres tienden a comportarse de una manera más violenta físicamente dentro de la familia. Las mujeres, como he mostrado utilizan más a menudo tácticas sutiles, por ejemplo, tácticas de la terrorista opuestas a una guerra abierta y clara.

El primer paso, por parte de los otros miembros de la familia, para limitar el potencial destructivo de la terrorista consiste en comprender que la terrorista es una terrorista. En un caso reciente, el Sr. Roberts me describía cómo, durante su matrimonio, él y sus hijos se enfrentaban a diario con la violencia de los abusos verbales de su mujer. La Sra. Roberts también era violenta con los niños. Ahora que él ha solicitado el divorcio, ella está haciendo uso de todas las armas de su arsenal. En presencia de los niños ella ha tomado drogas y bebido alcohol hasta el punto de la intoxicación extrema. Ha escenificado intentos infructuosos de suicidio en presencia de los hijos; ha amenazando, por teléfono, con “hacer una estupidez”; ha prometido matar a la nueva compañera del Sr. Roberts, y ha asegurado al Sr. Roberts que cuando ella acabe con él, no le quedará ni un penique a su nombre. Al Sr. Roberts este tipo de comportamientos le parecían perfectamente normales. Después de todo él había presenciado esta clase de conductas durante los trece años de su matrimonio. Cuando le sugerí que “lo que tú has padecido es terrorismo emocional”, repentinamente, y por primera vez, fue capaz de ver su situación con claridad. En ese momento, el comprendió que el comportamiento de su esposa no era ni apropiado ni aceptable. Ese tipo de comportamientos no son los que ningún hombre podría esperar de su mujer ni dentro ni fuera del matrimonio. No, ahora el Sr. Roberts no desea que sus hijos sean sometidos por más tiempo a tales comportamientos extremos. En una primera etapa resulta esencial el hecho de reconocer a la terrorista.

Ya que la terrorista viene estimulada por un sentimiento de omnipotencia y está dispuesta a comportarse sin límites de ninguna clase (usualmente animada por alguna terapeuta feminista que insiste en que sus clientes sufren de “baja autoestima”) deben tomarse medidas prácticas para definir claramente los límites del comportamiento. Resulta desafortunado que la situación legal de muchos mandatos de acuerdos de divorcio quede abierta. Ciertamente, cuando ambas partes de un divorcio son razonablemente equilibradas, es completamente ajustado al acuerdo ser lo suficientemente flexible para considerar circunstancias cambiantes  tales como los aspectos financieros, la custodia de los niños y los derechos de visita. Sin embargo, cuando uno de los litigantes en el divorcio es un terrorista emocional, los procedimientos de un divorcio contencioso y los acuerdos abiertos ofrecen infinitas oportunidades para que los tribunales, abogados y la corte de psicólogos llamados a las evaluaciones, sean utilizados como armas por parte de la terrorista. En estos casos, los tribunales y los procedimientos de divorcio proporcionan un marco sin límites a la terrorista; más aún, todo ello permite, a la terrorista, continuar su comportamiento desaforado.

Por esta razón, cuando se está lidiando con una terrorista emocional lo mejor para el proceso de divorcio es que la sentencia sea tan rápida, acabada, absoluta e inequívoca como sea posible. Muchos de los  profesionales y abogados que trabajan con divorcios están familiarizados con clientes descritos como “litigiosos”. Únicamente cuando la “litigiosidad” es vista como una manifestación de terrorismo el proceso de separación puede ser conducido rápidamente hacia acuerdos legales precisos.

Para limitar los sentimientos de omnipotencia de la terrorista hay muchas medidas efectivas. El principio fundamental , con en el manejo de los terroristas políticos, debe ser: “No se negocia con terroristas”. Las llamadas telefónicas inacabables, las conversaciones, los enfrentamientos, los intentos de “volver juntos”, la correspondencia, las visitas, los gestos de apaciguamiento y los esfuerzos para aplacar las demandas de la terrorista, todos sirven para reforzar la creencia de que ella está consiguiendo algo. Únicamente una actitud de firme resolución demuestra a la terrorista que su poder es limitado.

Más aún, para cualquiera que trate directamente con la terrorista, las palabras de refuerzo, “elevadoras de la autoestima”, las “caricias” y las consolaciones son, lamentablemente, contraproducentes. La Sr. Roberts encontró pronto una terapeuta feminista para apoyar de manera acérrima la creencia errónea de que “todos los sentimientos (y por consiguiente los comportamientos) son lícitos”. Así, le fue dicho, por esta terapeuta, que tenía derecho a sentirse y a comportarse de cualquier manera que eligiera, en un alarde de desalmada indiferencia por la devastación infligida a los niños. Tales afirmaciones únicamente sirven para reforzar la ya patológica, solipsística e infinitamente autojustificada perspectiva de la terrorista.

Para afrontar la segunda etapa de desarme de la terrorista –la intervención personal con la propia terrorista- el terapeuta debe estar preparado para ser franco, honesto y directo. En mi trabajo con mujeres terroristas he encontrado que, algunas veces, algo bastante simple puede aplacar a la terrorista: “Te estás comportando como una terrorista. Eso es lo que tú estás haciendo. Así es como estás siendo tú de destructiva. Esta es la destrucción hacia la que te diriges”, y la terrorista, viéndose a sí misma claramente, por primera vez, podría tener el valor de reconsiderar su comportamiento. Sin embargo, lo más común es que sea necesaria una profunda terapia. Para conseguir que el comportamiento de la terrorista cambie, primero debe haber un cambio firme y radical en la constitución psicológica de la terrorista. Muy a menudo este cambio sólo puede lograrse a través de una investigación profunda y una resolución de los traumas de la temprana infancia para que la terrorista pueda comenzar a conseguir una percepción real, verdadera y consciente de su propia situación actual.

La intervención directa con una terrorista- como cualquier forma de intervención terapéutica- sólo puede esperar conseguir cambios si el individuo posee el correspondiente deseo de cambiar y todavía dispone de la inefable cualidad vital del “impulso hacia la salud”. Cuando el “impulso hacia la salud” ya no existe, el cambio podría no producirse. Si la terrorista no puede o no desea cambiar, únicamente se puede ayudar a los otros miembros de la familia a ser resueltos, fuertes y, cuando esto sea posible, a mantenerse alejados.

 Erin Pizzey  

APADESHI