Asociación de Padres Alejados de sus hijos
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TESIS
SOBRE LA PADRECTOMIA
EL ROL DE LA PATERNIDAD Y LA PADRECTOMIA POST-DIVORCIO
INTRODUCCIÓN
Sin lugar a dudas el divorcio es uno de los eventos de mayor impacto en la
vida de una persona. Si bien en ocasiones resulta la solución a una crisis,
es indispensable el buen manejo del mismo para no producir una situación más
lacerante y dañina para los implicados.
Este estudio se posesiona desde la visión del padre, desde las consecuencias
para este del proceso post-divorcio, respecto a sus derechos y la relación
con sus hijos ya que la tradición ha acuñado una serie de costumbres,
conductas y disposiciones ubicando al hombre en una posición desventajosa
respecto a la mujer en relación con los hijos.
De esta forma son objetivos específicos de esta ponencia:
1. Caracterizar la padrectomía y su forma de expresión en los casos
estudiados.
2. Redimensionar el síndrome del padre destruido y su forma de expresión.
3. Conocer las vivencias negativas del padre durante este proceso y sus
correspondientes efectos emocionales y conductuales.
De manera más general,las caracterizaciones que nos propusimos poseen como
objetivo común evaluar las implicaciones que tiene el mal manejo del proceso
post-divorcio para el desempeño de una adecuada paternidad.
DESARROLLO
Desde los primeros instantes de toda relación interpersonal se desarrollan
procesos de cambios constantes, cualitativos y cuantitativos, donde la
simiente de los próximos se encuentra en el aquí y ahora. Así mismo, en la
historia anterior de la pareja se pueden hallar, potencialmente, antecedentes
que influyen de muy diversas maneras en el motivo, estilo, profundidad,
responsabilidad, expectativas y calidad emocional de la relación.
Cuando dos personas se transforman en pareja conyugal traen al seno de la unión
sus características personales y expectativas de relación. La pareja, junto
a los hijos, emprende la gran aventura de conformar una familia, grupo
peculiar para el cual quizás no están preparados y que exigirá de ellos el
desempeño de nuevos roles. Esto demanda que esta valiosa experiencia se
conduzca con la virtud de la responsabilidad.
Pero ¿qué sucede cuando sobrevienen los desacuerdos, las distancias, la
ruptura?
A menudo nos encontramos en nuestra práctica clínica con seres humanos de
todas las edades y ambos sexos con una vivencia de pérdida tan profunda como
irrecuperable. Los hijos se sienten desorientados y confundidos, inmersos en
un conflicto que no desearon, ni previeron. La paternidad y maternidad se
debaten en un enfrentamiento consciente o inconsciente, dirigido
inevitablemente al resquebrajamiento o anulación de los roles antes
compartidos.
Nos referimos a la separación o divorcio, indistintamente, como la acción de
la disolución de los vínculos emocionales de la pareja, tenga lugar o no la
disolución legal.
Cuando en el desenlace de esta decisión no prima el propósito de rescatar lo
positivo de la unión anterior (entiéndase: armonía, el mantenimiento de los
roles paternos, etc.) y el proceso es guiado por la falta de responsabilidad
hacia la descendencia, estamos ante el caso de un divorcio "mal
manejado" que produce una relación dañina para todos los involucrados
en dicho evento.
Resulta fácil encontrar en la literatura gran cantidad de estudios acerca de
las consecuencias negativas que el divorcio trae para los niños (Hetherington
y cols., 1979; Kelly y Wallerstein, 1976; Wallerstein, 1983). También han
sido reconocidas las consecuencias para la figura femenina al asumir la
maternidad sin el apoyo del padre (Fustenberg, 1982; Jacobson, 1983;
Price-Bonham y cols. 1980). Sin embargo los estudios sobre los efectos nocivos
de este proceso en los padres son escasos o al menos insuficientemente
estudiados. El pediatra Robert E. Fay (1989) ha descrito como "padrectomía"
y "síndrome del padre destruido" a vivencias que afectan la
paternidad, ambos conceptos que por su importancia, requieren de mayor precisión
conceptual, desarrollo y profundización. Resulta una necesidad acercarse a la
construcción de esta parte importante de la subjetividad masculina.
Aún hoy, en el umbral del próximo siglo, no son tratadas con la misma
equidad las consecuencias que para el padre implica el proceso post-divorcio.
Le corresponde al padre, en la gran mayoría de los casos, el abandono del
hogar una vez ocurrido el divorcio. Esto implica, de forma obligada, un
reajuste en el desempeño del rol paterno que pasa, al menos, por dos
condiciones:
* La no convivencia con el hijo.
* La relación con el niño mediada por la madre en una relación a menudo no
empática.
EL DIVORCIO
Es un periodo que trae consigo la disolución de los vínculos emocionales,
los legales y sociales y que no sigue un cierto orden establecido, pues
existen parejas que disuelven el vínculo jurídico rápidamente y no así el
emocional, mientras en otras esto ocurre a la inversa. Lo cierto es que este
suceso, llamado separación o divorcio, resulta, sin lugar a dudas, un proceso
largo y complejo, al cual, no se le concede por parte de ambos miembros de la
pareja la debida atención desde el punto de vista de la preparación que
deben tener para emprenderlo sin dañarse ellos, los demás familiares y los
hijos.
De manera general reconocemos dos grandes periodos en el proceso de divorcio
que podemos enunciar como su preparación y evolución, que enmarcan lo
ocurrido en la pareja antes y después del acto mismo del divorcio.
Periodo de preparación:
Es una etapa previa al proceso específico de divorcio que es denominada
"construcción" y se refiere a la edificación de la pareja o
familia, donde se sientan las bases de la futura perdurabilidad o ruptura, así
como los matices con que transcurrirá la misma.
Scanzoni (1981) ha registrado diversos patrones de interacción conyugal que
se diferencian por los distintos grados de implicación de ambos y que van
desde una relación de subordinación y distribución de funciones bien
definidas (que responden a un patrón tradicional), hasta una relación de
igualdad poco frecuente.
Periodo de Evolución:
El periodo anterior observado como el principio del fin termina en una toma de
conciencia (por uno o ambos cónyuges) de que el matrimonio no funciona y se
lleva a cabo el proceso específico del divorcio, separación, ruptura o
disolución del vínculo matrimonial. Aquellas parejas que han construido su
mundo familiar en base a desigualdades nocivas, suelen vivir rupturas muy
desgarradoras y fragmentadoras. El daño perdura en el tiempo y potencialmente
afecta futuras relaciones soliéndose "usar" al hijo como un
instrumento de agresión contra el otro, convirtiendo al niño en una de las víctimas
de los acontecimientos (Pereira de Castro, 1997), pero no al único dañado ya
que en la privación del rol paternal los hombres se ven fuertemente
perjudicados.
Comienza entonces un proceso de post-divorcio cuya evolución sigue diversos
cursos pero que, de forma bastante común, pueden identificarse dos momentos,
uno de deconstrucción (Abelleira, 1995) y otro final de reconstrucción o
reajuste.
En esta etapa tiene lugar la separación de la pareja (divorcio conyugal) y el
alejamiento de los hijos (divorcio parental).
Divorcio Conyugal:
El divorcio no constituye necesariamente una "patología" obligada
para los implicados en él, por más que casi siempre suponga adaptaciones,
sufrimientos para alguno de los afectados, etc. La enfermedad parece depender
más del manejo que se haga del evento que del evento en sí mismo. No
obstante, implica un momento de crisis vivencial, de pérdida para todos los
miembros de la familia; y los investigadores coinciden en señalar que
significa un quiebre emocional importante como acontecimiento potencialmente
psicopatógeno, que podría derivar en manifestaciones patológicas en tanto
su manejo sea cada vez más desajustado o inadecuado (Sekin,1997; Biblarz y
cols, 1997).
Es la separación judicial o de hecho - habitualmente de mutuo acuerdo - entre
dos personas con un vínculo conyugal de cierta estabilidad percibida, que
implica un distanciamiento físico y afectivo debido a la imposibilidad
pluricausal de continuarla. Se dice de la disolución del vínculo matrimonial
público y privado. Supone una división de los bienes en común así como el
sostenimiento mutuo de los roles paternos y maternos.
Resulta especialmente doloroso cuando existen hijos, pues los niños se ven
involucrados en una dinámica polarizada y sin posibilidades de elección
(Fay, 1989). En realidad no podría existir elección viable para el hijo que
suele concebir - cuando han sido figuras significativas y positivas - a los
padres como unión indisoluble. Para ellos papá y mamá son dos conceptos a
menudo inseparables, que encierran un sentido personal de elevada connotación
afectiva y de protección, incluso en aquellos casos en los cuales la separación
es vista por los niños como una salida necesaria a la crisis de la
cotidianidad.
A ambos los necesita en circunstancias diferentes o similares, pero los
necesita por igual, ya que cada uno de ellos ofrece una salida, o simplemente
lo acompaña, con un sello personológico propio para cada acontecimiento que
el niño vivencia. No se trata de que uno entregue más cariño que el otro,
ni siquiera que las habilidades de uno o sus posibilidades materiales sean más
importantes; lo decisivo reside en que son alternativas distintas e igualmente
útiles y necesarias afectivamente, un polo no puede existir ya sin la
presencia del otro. En la complementariedad cobran vida las partes del todo.
El divorcio conyugal habitualmente conduce al divorcio parental.
Divorcio Parental
La experiencia clínica nos permite hablar de divorcio parental cuando el
padre se aleja abrupta o paulatinamente de los hijos con un comportamiento
aprendido y "exigido" por la sociedad, ya que existe la representación
de la norma social (asignada), la cual establece que ante un divorcio el padre
debe marcharse velando así por la estabilidad de sus hijos y de aquel hogar
que él contribuyó a formar, de lo contrario no será un "buen
padre" o tal vez no es un "buen hombre."
Es la separación de hecho entre las figuras parentales y los hijos tanto física
como afectiva, con la particularidad de que habitualmente el polo hijos no
puede participar de la decisión, no se tienen en cuenta sus demandas y
necesidades. Alejamiento y o destrucción del vínculo y los roles parentales
con la descendencia, haya o no divorcio conyugal.
Los hijos parecen ser propiedad natural e indiscutible de la madre. A ella
corresponde la potestad todopoderosa de permitir al padre seguir siéndolo o
convertirse en visita de sus hijos. Comienza entonces una suerte de segregación,
junto a una desautorización de la imagen paterna que conduce a la anulación
del rol paterno. Se ahuyenta al padre, se lo extirpa del rol y de los afectos
de la descendencia como una suerte de muerte "natural" y una vez que
desaparece, entonces a menudo se le acusa de estar ausente, de no "venir
a ver a su hijo", que "su hijo no le importa", de que
"nunca le importó", etc.
Con nuestro silencio contribuimos, sin querer, a "asesinar" a los
padres, después simplemente, solemos acusarlos de que están muertos. Este
ahuyentar tiene varias causas, fundadas o no, pero lo que verdaderamente
impacta es que ocurra bajo nuestra mirada cómplice.
La Paternidad: Roles y Mitos
Los postulados de Pichón-Riviere nos acercan certeramente al problema de los
roles. Para el autor existe un imaginario social dado por ideas, imágenes y
estereotipos, es decir, representaciones simbólicas compartidas acerca del
significado conceptual y pragmático de cualquier rol a ejercer, y en este
caso, también del ejercicio de la paternidad. Tal imaginario resulta lo que
la sociedad asigna al individuo en su devenir histórico, depositando en él
un cúmulo de representaciones simbólicas, compartidas con cierta
homogeneidad por las personas de la época histórica de que se trate (Pichón-Riviere,
1985).
Lo asignado es el legado sociocultural depositado en el individuo en forma de
normas éticas y morales, principios, conocimientos, imágenes estereotipadas,
ideas, etc., a través de la familia y la sociedad.Por su parte, el sujeto
como depositario acoge y hace suyo lo depositado mediante una serie de
representaciones cognitivas, con las cuales se implica emocionalmente y actúa
en consecuencia. En el decursar de su vida el sujeto lo incorpora con aquellas
adaptaciones personales, convirtiéndose en lo asumido, lo cual guarda
estrecha relación con lo asignado. Relación esta que no resulta ni lineal ni
directa producto de la mediatización ejercida por las adaptaciones
individuales surgidas en ocasiones por inconformidades personales con la norma
social imperante, y en otras por poseer fuertes modelos rectores contrarios,
dicotómicos o al margen de lo sociocultural asignado.
Todo este proceso social resulta invisible ya que se "naturalizan"
cualidades y actitudes como inherentes a la naturaleza y esencia del varón o
la mujer. De esta manera se sustenta la premisa de que ser mujer y ser madre
es una reducción impuesta por la naturaleza, genética, ancestral y a través
de la cual se puede alcanzar la identidad femenina (Snyder y cols., 1997).
Los medios masivos de comunicación, a veces hasta sin proponérselo, van
estereotipando modelos de mujer-madre y de hombre, que posteriormente cada una
de las personas se encarga de reproducir con adaptaciones personales en el
seno de su familia.
Por su parte varios autores (Arés, 1996; Fernández, 1994; Silveira, 1997;
Fay, 1989) coinciden en describir la existencia de una serie de características
estereotipadas y asumidas por la media social como indicadores de la norma.
Tales características son:
* Proveedor, trabajador, disciplinador. * Fuerte, callado y valiente.
Racional, agresivo, asertivo. * Invulnerable a la ternura y la emocionalidad.
* Homofóbico, rudo corporal y gestualmente. Dueño del ejercicio del poder. *
Poseedor de una virilidad de "competencias"
Estereotipos en los cuales el rol de la paternidad no es observado, no está
presente; mientras que la funcionalidad masculina aparece absolutamente
escindida, lo cual es impensable en el caso de la mujer respecto de la
maternidad.
Por tanto es frecuente encontrarnos con que los atributos inherentes a lo
masculino-paternal y lo femenino-maternal son oposiciones irreductibles,
percibidas y explicadas como el mero discurrir de una verdad biológica o de
un código genético que es portado de por vida - a merced de lo heredado -
como una "marca registrada" (Loewenstein, Barker, 1996).
Sin embargo los genes no determinan los mecanismos de dominación social ni
sexual, las construcciones desde lo sociocultural son el verdadero "código
hereditario", que por ser elaborados pueden reelaborarse cuantas veces
sea necesario, o al menos son susceptibles de "mejoras
constructivas" o de "verdaderas remodelaciones" a tenor de la
realidad siempre cambiante.
De esta manera para la sociedad resulta evidente que el padre no posee un
instinto como el de la madre, pero ¿cómo justificar que los hombres no
posean un instinto de paternidad?. ¿No estaremos ante la presencia de mitos,
más que de verdades científicas?.
El mito de los instintos supone un problema inalcanzable, o al menos
inmanejable, pues troca en instintos las conductas con tendencias a la
maternidad, por lo que debería asumirse entonces que sería ésta una
conducta recurrente en toda la especie humana y resulta obvio que no es así.
Pero al asumir connotaciones de mito se torna "intocable" pues los
mitos suelen no sufrir reformas ni adaptaciones.
El Problema de los Mitos
El imaginario social asume que la mujer se encuentra "naturalmente"
mejor dotada que el hombre para el cuidado y la atención de los hijos. Es
esta idea la que posiblemente facilite la decisión casi siempre a favor de la
madre de la mayoría de los derechos sobre el hijo en caso de divorcio, en
detrimento de los derechos del padre. El problema consiste en dilucidar si
esta idea tiene un fundamento de razón o si se trata sólo de una creencia.
Los mitos jamás se cuestionan, cuando algo falla, por ejemplo en el caso del
instinto maternal, el fracaso es atribuido a la persona, pero el mito jamás
falla. Y si acaso la experiencia funciona como previa en el mito, entonces
este se confirma nuevamente; o sea, de cualquier manera los mitos tienden a
reforzarse a sí mismos y reproducirse cada vez con más fuerza. Pero ¿esto
los hace veraces?.
Los instintos, de forma general, se expresan en conductas, en formas de actuar
que son características para una especie determinada y que son
irrenunciables; en ellos no interviene la voluntad ni la conciencia y se
adquieren genéticamente a través de la herencia. "Clásicamente, el
instinto es un esquema de comportamiento heredado, propio de una especie
animal, que varía poco de uno a otro individuo, y que se desarrolla según
una secuencia temporal poco susceptible de perturbarse y que parece responder
a una finalidad". (Laplanche, Pontalis, 1994).
Veamos entonces el instinto materno como uno de los mitos centrales a partir
del cual se desprenden otros mitos que tienden a anular todo acercamiento
paternal. Este instinto nos habla de ciertas particularidades que a menudo
escuchamos en nuestra práctica, a saber:
* "No existe mejor afecto que el de una madre".
* "No existen cuidados más esmerados que los de una madre".
* "Nadie quiere a su hijo tanto como una madre".
* "Padres pueden encontrarse muchos, madre hay una sola".
Los puntos anteriores elevan (y a la vez reducen) la condición femenina a la
maternal y la condición de hijos a la de "prisioneros" de un amor
que sería pecaminoso no sentir. Resulta esta una apropiación cultural e histórica
quizás tan antigua como la humanidad misma, reforzada a menudo por la
ciencia.
Es probable que en los actuales círculos científicos se reconozca que no es
posible hablar de la maternidad en términos de instinto, pero, por otro lado,
en el lenguaje popular se fomenta subrepticiamente su existencia (Ferro,
1991).
Y no es que no exista el amor maternal, por el contrario, existe y resulta
maravilloso y digno, lo que no resulta real es que obligatoriamente toda
mujer, para serlo debe ser madre y de que toda madre incuestionable y automáticamente
desea y quiere a su hijo, debiendo ser amada por este.
Investigaciones recientes recogidas en un informe de la ONU plantean que se
dan 45 millones de abortos por año en el mundo, 20 millones de ellos en
condiciones inadecuadas por ser ilegal, u otras razones, y de los 175 millones
de embarazos, 30 millones de nacimientos resultaban no deseados por diversas
causas. Por otra parte, agrega el informe que entre 120 y 150 millones de
mujeres del planeta desean limitar sus embarazos, pero no pueden por falta de
recursos o por ignorancia (FNUP, 1996).
Lo anterior conduce, una vez más al cuestionamiento del mito. ¿Cómo se
explicaría aquí el cese o inexistencia del instinto maternal en esos
millones de seres humanos que nos rodean a diario, año tras año, impidiendo
el nacimiento de otros seres humanos ya formados y en algunos casos casi a término?
¿Se trata verdaderamente de una herencia natural?. Si fuera cierta esa
herencia natural del instinto maternal ¿de qué manera nos podríamos
explicar esas cifras?, ¿de qué manera podríamos explicarnos la existencia
de bebés que son abandonados en la vía pública?, ¿de qué manera se
explica que existan tantas madres en el mundo que desde épocas primitivas
hasta hoy mismo, casi en el siglo XXI, desatiendan a sus hijos hasta la
desnutrición más severa, les permitan u obliguen a prostituirse, los vendan
a parejas estériles en cualquier parte del mundo, o presten su útero para
gestar un bebé de otra pareja, o que incluso los ahoguen o los tiren a la
basura, en un retrete, con tal de que sus padres o la sociedad no se entere de
su infortunio?, ¿De qué instinto se está hablando?, ¿Cuál instinto es el
que se está sosteniendo socialmente y hasta cuándo se mantendrá?.
Las creencias tradicionales que atribuyen a los roles de género el que son
naturales, inherentes o biológicos hace tornarse en limitada la posibilidad
de que tal realidad cambie. En cambio, si tales roles de género fueran
percibidos como lo que son, depositaciones socio-históricas mediatizadas por
las construcciones personales, entonces esto significaría que también pueden
ser deconstruidas y vueltas a construir cuantas veces sea necesario, se
propiciaría el cambio, pero se sabe que los cambios son muy resistidos
(Bleger, J. 1965).
Como hemos visto hasta aquí, tanto los asignados sociales depositados en el
rol de hombre, como la mítica creencia de que la mujer es la única capaz
para la mejor atención de los hijos, han reducido desde el punto de vista
familiar, social y hasta legal las funciones del padre al de contribuyente
biológico, al de progenitor, limitando las potencialidades de este de ejercer
y disfrutar a plenitud la dicha de ser padre. Esta realidad se hace
extremadamente crítica en la situación de divorcio.
Ante esta realidad cabe preguntarse si todos podrían guiarse cómodamente por
estas reglas ampliamente compartidas por la mayoría. ¿Cuántos asumen la
regla socio-cultural como imposición ineludible y de sabor agridulce?. ¿Para
cuántos el sabor es amargo?. ¿Cuántos rechazan esta norma de forma
silenciosa? Los pocos que abogan por otro modelo de paternidad suelen ser
censurados u objeto de burlas.
Aquellos que se oponen a las normas sociales se convierten en depositarios y
reveladores de los conflictos y tensiones sociales, grupales y de género.
Ellos deciden, quizás porque no les queda otra salida para ser coherentes con
su afectividad, no hacerse cargo de los aspectos nocivos o patológicos de la
norma social imperante, incluso a riesgo de ser ellos señalados como
violadores utópicos de lo asignado. La gran presión ejercida y la
imposibilidad de elaboración de la ansiedad y las dicotomías entre lo
asignado y lo asumido, a algunos los paraliza e incluso los amolda con "fórceps"
a lo que en esta época "debe hacerse" para poder seguir siendo
tenido en cuenta como "hombre".
La revisión de la literatura (Griffin, 1997; Fay, 1989; P.A.P.A., 1992; ¿Padrectomía?
Actas de Congreso, 1995) y el estudio realizado de este tema, tanto desde el
punto de vista científico como el análisis de su comportamiento en la vida
cotidiana no nos permiten - y no es nuestro propósito - culpar de ello a
nadie en particular, pero tampoco nos obliga a aceptarlo, sino más bien nos
promueve a reflexionar y a abogar por un cambio a favor de una paternidad más
comprometida y plena.
Por ejemplo, la cultura ha acuñado en sus diccionarios un concepto de padre
como "el macho que engendra, principal y cabeza de un linaje o
pueblo." (Larrouse, 1990); o como "el varón o macho respecto de sus
hijos…cosa que da origen a otra." (Aristos, 1992). ¿Acaso estos
conceptos arrojan luz al fenómeno de la paternidad?. ¿No deberíamos
actualizar las guías orientadoras de nuestra lengua?.
Se debe desvincular la figura del padre de la idea del progenitor, aunque tal
vínculo aparezca como lo deseado, y sin lugar a dudas para muchos, como lo
ideal. Nuestro concepto de padre se encuentra en otra dimensión, asociada a
un nuevo e incipiente movimiento masculino que pretende incluirse como
individuo y como sujeto emocional en la relación con sus hijos. Tal
movimiento parecería estar insertado en el contexto de grandes cambios de los
paradigmas existenciales a finales del siglo XX (Loewenstein, Barker, 1996).
PADRE
Debe entenderse por padre a aquella figura masculina que en su constante
intercambio con el niño (en un espacio y tiempo determinado) elige construir
junto a su hijo lazos afectivos duraderos en ambas direcciones (padre-hijo,
hijo-padre) y es escogido y reconocido por el menor como la figura parental
significativa en base al apego emocional desarrollado y no necesariamente por
ser el progenitor.
Atendiendo a la anterior definición resulta comprensible que ser el
progenitor de un niño no garantiza el establecimiento de un vínculo de apego
significativo entre ambos. Tales relaciones se encuentran determinadas por lo
vivencial afectivo que en el transcurso de su devenir ocurren (Silveira,
1996).
No nacemos padres y madres, sino que devenimos en tales mediante una
construcción personal basada en lo que la familia, la sociedad y las pautas
culturales nos van depositando en nuestras historias personales, es decir, en
el proceso de apropiación de la cultura. Más aún, nuestros propios hijos
constituyen una guía orientadora de tal construcción, ya que sus conductas y
afectos pueden confirmarnos o lanzarnos un S.O.S. sobre algunas incorrecciones
paternales.
Partimos de la comprensión de que un padre sin compromiso y emocionalmente
distante de sus hijos es una figura socialmente construida y no biológicamente
determinada. Por lo que entonces, la figura del padre comprometido, que cuida
de su hijo es también una realidad que puede y debe construirse socialmente.
Desde esas dimensiones concebimos el ejercicio de la paternidad (dentro y
fuera de los lazos matrimoniales) como la necesidad y posibilidad de:
* Mantener un contacto físico duradero y responsable con los hijos.
* Crear, mantener y fortalecer lazos afectivos (ternura, comprensión, cariño.
* Participar en la guarda, custodia y mantención de los hijos.
* Garantizar el desarrollo pleno de las potencialidades del niño en su
proceso de crecimiento e inserción social.
* Propiciar la posibilidad de acuerdo, colaboración y ayuda mutua con la
madre.
* Velar por la integridad de las imágenes paterna y materna, cuidando y
fortaleciendo el respeto y cariño de ambos frente a los hijos.
El rol paternal se define como funcional cuando, una vez establecidos los
derechos y deberes para la persona que lo asumirá, le permite garantizar su
ejecutabilidad y concreción práctica real, pero además, sólo es posible
que sea funcional cuando la situación - y las personas que en ella participan
- promueven y garantizan que así sea, trayendo como consecuencia la sensación
de bienestar y satisfacción en la labor desarrollada (desarrollo de una
relación de apego). En última instancia, también se produce el desarrollo
de un compromiso con el rol, o dicho de otra manera, produce responsabilidad
con el rol de la persona implicada.
No defendemos que tales características y funciones de la paternidad sean
privativas del padre, ni que se ejerzan en detrimento de las de la madre. Pero
cuando producto de los embates del divorcio la funcionalidad paterna en términos
de responsabilidad y compromiso se pone en riesgo, hay cada vez más padres
dispuestos a defender el ejercicio de sus derechos, aquellos padres que ven
reforzadas sus posturas enriquecedoras del rol con importantes vivencias
relacionales de apego.
Estos padres podrían estar vivenciando ciertos cambios alternativos, o la
aparición de nuevas alternativas en los paradigmas paternales del hombre en
los umbrales del siglo XXI, con postulados destinados a la concreción de un
modelo paternal cercano afectivamente a su hijo, comprometido
motivacionalmente y no contenido en los modelos paternales anteriores.
No se trata de una rivalidad de sexos, donde uno siempre debe sojuzgar al
otro, es más, creemos que la complementariedad de ambos sexos hace esta vida
gratificante e impulsa a vivirla, salvaguardar esa dicha implica oponerse a la
guerra de géneros.
Padrectomía
La experiencia clínica, recoge los efectos desbastadores que para el padre
tiene el divorcio por estar asociado a él la pérdida de los hijos; la
ruptura del vínculo relacional, la interrupción de una paternidad construida
desde el compromiso y la pérdida de espacios generadores de experiencias
gratificantes con los hijos. De esto han sido testigos psicólogos y
especialistas afines, lo que ha provocado que, aunque relativamente reciente,
pero con fuerza cada vez mayor, grupos de estudiosos aborden este fenómeno
tratando de esclarecer sus causas, condicionantes, manifestaciones y vías
para su profilaxis y tratamiento.
Por lo que llamaremos padrectomía al alejamiento forzado del padre, cese y
extirpación del rol paterno y la pérdida parcial o total de sus derechos
ante los hijos. El cual se expresa a nivel sociocultural, legal, familiar y
maternal.
El proceso post-divorcio trae consigo, al nivel real y vivencial, un
rompimiento de la familia con la figura paterna. Es decir, que de forma
inevitable ocurre un grado de pérdida o alejamiento del padre, con su
correspondiente precio afectivo. Por diversas razones que ya hemos mencionado,
es al padre al que le corresponde decir adiós, o hasta luego, pero finalmente
despedirse, lo cual en muchas ocasiones va acompañado de añoranza y un gran
sentimiento de dolor, pues se trata de separarse precisamente de lo que más
se quiere. Según Goldhaber (1986) esta situación de pérdida es sufrida por
siempre, aunque con el tiempo paliada. Es entonces cuando el alejamiento del
padre se convierte en extirpación. El obligado cambio en el rol paterno
deviene en disfunción y el dolor se torna en angustia y desesperación.
Esta privación paterna, esta padrectomía, parece tan nociva para los hijos
como la privación materna, aunque sus efectos sean diferentes. Es nociva en
tres direcciones:
* En tanto que el hijo sufrirá la privación paterna y el dolor de la
distancia de un ser significativo que necesita cercano.
* En tanto que el padre ve cercenados sus derechos funcionales lo cual le
causa dolor, culpas y resentimientos.
* En tanto que la madre se verá sensiblemente afectada con una sobrecarga de
tareas y funciones al verse obligada (o por elección personal) a suplir las
ausencias paternales desde su condición materna.
La Padrectomía actúa en distintos ámbitos:
Ámbito sociocultural:
En los ámbitos de la cultura patriarcal se enarbola un modelo de paternidad
de autoridad y disciplina avalada por ser el padre el proveedor familiar casi
exclusivo o, al menos, el más importante; distante afectivamente y portador
de un status de poder público con connotaciones de omnipotencia.
Existen poderosos instrumentos de reproducción constante de los asignados
socioculturales, siendo algunos de ellos los medios de difusión masiva
encargados de generar y propagar como verdaderos "virus" algunos
poderosos apuntadores de la cultura patriarcal donde el "ser hombre"
se analogiza como ser distante, esquivo, torpe en los cuidados y atenciones a
los hijos, rudo, inconmovible, etc.; así como las políticas sociales y
disposiciones desde lo legal contribuyen a crear un perfil monolítico e
inamovible de la paternidad, a la vez que reducido a funciones estereotipadas
y limitantes del desarrollo personal.
Es así, que esta asignación del rol en cuanto al ejercicio de la paternidad
en la sociedad actual deja al hombre extirpado, cercenado de una paternidad
cercana, empática y nutriente, privado del disfrute de sus hijos, ubicándolo
en un "status periférico" y excluyéndolo de la función de educación
y crianza de sus hijos (Arés, 1996).
Ámbito legal:
Desde lo legal se implementa el cumplimiento de la norma social. Las leyes
norman las libertades y los límites de movimiento conceptual y práctico de
los deberes y derechos de los que se trate, pero siempre atendiendo a una
correspondencia estrecha con lo sociocultural asignado.
Así los códigos y las leyes describen qué es ser hombre y ser padre a
partir de un modelo de patriarcado. El patriarca proveedor es representado
ahora como el jefe de la familia (Linhares, 1997). Se institucionaliza
legalmente la distancia afectiva y el papel del poder arcaico como protector y
autoridad indiscutible. Más aún, en este ámbito el mito del instinto
maternal y la reducción de lo femenino a lo maternal conduce al supuesto -
jamás cuestionado - de que sólo la madre es imprescindible para la crianza
de los niños. La norma "natural" es que la madre consiga la
custodia y al padre se le conceda la "visita" en la amplia mayoría
de los casos que llegan a los tribunales de los países de Latinoamérica.
En muchos casos, la guarda del niño pasa a ser atribuida a la víctima como
si fuera un premio y como instrumento de reparación de los daños causados
por su pareja, mientras que el cónyuge culpado como responsable (aunque pueda
no serlo) de la ruptura del matrimonio, queda automáticamente inhabilitado
para el ejercicio de la guarda (Pereira de Castro, 1997).
A pesar del supuesto teórico de que la ley vela por la igualdad de derechos y
deberes de la unión conyugal existe la tendencia legal ya instituida como un
"saber" desde lo "natural", de otorgar la guardia y
custodia a la madre como portadora indiscutible de las cualidades y
capacidades para la crianza, educación y afecto para sus hijos (en países
como Chile, Uruguay, Argentina, Brasil y Cuba).
Desde lo legal, el padre vivencia la exclusión familiar a la que se ve
sometido cuando ve cercenados sus derechos funcionales casi totalmente, pues
en el mejor de los casos el ejercicio de la paternidad se ve ostensiblemente
reducido a un sistema de visitas quincenales o a una pensión alimenticia a
los hijos que desestimula el interés paterno por la figura del niño,
trayendo como resultado el abandono físico y afectivo del menor. Se ven drásticamente
reducidas las posibilidades de contribuir a la educación, hábitos y
costumbres de sus hijos, ganando terreno la desmotivación y el desestímulo.
Esto trae consigo sentimientos de pérdida de prestigio, minusvalía y
desimplicación afectiva al verse impedido de participación, o generando en
él una presencia intermitente que a menudo lo desorienta y confunde (tanto
como a su propio hijo) sobre el quehacer educativo (Gilberti, 1985).
La literatura señala que con un padre intermitente se tiende a la deformación
de la personalidad del niño que carece de los atributos paternos en el
proceso de su formación (Pereira de Castro, 1997).
Ámbito Familiar:
Como institución social con un carácter socio-histórico-cultural, reproduce
y recrea las normas macrosociales que rigen la época en atención al lugar y
la clase social de que se trate. En su seno y para cada uno de los integrantes
la familia como primer lugar de transmisión de la cultura proporciona
aquellas normas de la sociedad en la que se construye.
En este devenir se va segregando, extirpando al padre - y en gran medida él
se autoextirpa pues es la norma social imperante como adecuada - desde lo
asignado de modo que ese hombre que se ve obligado a proveer la sobrevivencia
material de la familia, pierde el espacio para la expresión de sus emociones
y sólo le queda el deber de ser el responsable del sustento material de la
misma (Lowenstein, Gary, 1996).
Ámbito Maternal:
Se gesta en la etapa matrimonial, por la reproducción de lo asignado
socialmente en el seno de la familia y la pareja teniendo su expresión
terminada con la ausencia de disposición, equilibrio, control y equidad al
concebir el estilo de relaciones que regirán en la nueva situación, o sea
desde lo relacional.
Teniendo en cuenta la reproducción de los estereotipos patriarcales
preconcebidos y depositados en la mujer (y en todos los miembros de la
sociedad), esta encuentra su identidad y realización femenina a través de la
identificación reductiva entre "cónyuge", "madre" y
"mujer", acaparando en su reafirmación genérica los cuidados,
afectos, educación, protección de los "otros" sobre todo de sus
hijos, pero también de su esposo, sobrinos, etc.; lo cual asume
"mamaizando" todas sus relaciones con el medio, como algo
"natural" que es inherente "biológicamente", y por lo
tanto de lo cual "no puede -aunque quiera - escapar".
Hacer que lo cultural aparezca como algo natural y biológicamente determinado
parece responder más a la ideología de determinadas estructuras sociales,
pues resulta innegable que la definición de la cultura es social. Los padres
marcan normas que le han sido trasmitidas por sus propios padres y que se
constituyen en estructura psíquica asumida, directamente relacionada con las
pautas sociales y que además tienen garantizada su replica. Estas normas se
asumen con tal credibilidad como si estuvieran incorporadas genéticamente, de
esta manera se toman procesos sociales como si fueran naturales, normas
sociales que por su implantación etnocéntrica son tomadas como congénitas
(Ferro, 1991).
La práctica demuestra que habitualmente la mujer al sentirse propietaria
natural de la educación y el cuidado de sus hijos se apropia físicamente de
los menores y su destino, marcando las pautas relacionales con su ex-pareja.
De esta manera las relaciones del padre con sus hijos quedan a merced de la
buena o mala voluntad de la madre, para continuar siendo padres ajustados a la
nueva situación o convertirse en padres de fines de semana alternos en el
mejor de los casos, pues en incontables oportunidades, e instrumentalizando a
los niños, se suele usar el permiso de contacto como una herramienta de
desquite, de venganza.
No resulta imprescindible que la madre posea una evidente tendencia a negar o
impedir la existencia de una relación libre y abierta del niño con el padre,
basta con que ella la obstaculice, ponga trabas, impedimentos más o menos
sutiles en una confrontación de "nervios" en la que el que no tiene
la guarda y custodia del niño suele perder la compostura rápidamente y
comienza a "autoextirparse" en ocasiones con elevadas vivencias de
dolor, en otras con resignación y quizás en otras con cierta tranquilidad
debido a la ausencia de "batallas" por su ausencia.
La padrectomía pues, es originada en última instancia por la privación del
rol paternal a través de la desestructuración y anulación de la función
consolidada por la ausencia de compromiso y responsabilidad, así como por
medio de la abolición o eliminación del lugar ocupado antes por el padre.
Cuando la funcionalidad parental se fragmenta y comienza a desaparecer hasta
el extremo de correr el riesgo de abolirse completamente, observamos que
algunos padres asisten al crecimiento y desarrollo de un fenómeno denominado
Síndrome del Padre Destruido. Este proceso sindrómico se vivencia como tal o
como dimensiones del mismo, a partir de la privación o la carencia de la
relación afectiva significativa con sus hijos como resultado de la separación
conyugal.
EL SÍNDROME DEL PADRE DESTRUIDO
El fenómeno de la padrectomía limita o impide al padre en el ejercicio de
sus derechos y el disfrute del contacto con sus hijos. Y es, en esencia, la
vivencia de la pérdida con sus múltiples matices la que provoca en el plano
de la subjetividad masculina un conjunto de manifestaciones o síntomas que es
necesario estudiar, así como considerar tributarios de orientación terapéutica.
La padrectomía es un hecho, no una enfermedad ni un síndrome; las vivencias
lacerantes del padre, son también hechos lamentables, y, además fenómenos
subjetivos que es necesario prevenir.
El cese de los derechos paternales genera lógicamente desesperación
paternal, disfunción y aún desaparición. Este trágico trío sintomático
constituye una desenfrenada y terrible aflicción psicológica que es tratable
y más importante aún prevenible" (Fay, 1989, pag.407). Los casos
estudiados por nosotros confirman tal afirmación, por lo que concebimos el Síndrome
del Padre Destruido como la constelación de síntomas (depresión,
desesperación, sufrimiento, sentimientos de minusvalía, ansiedad, culpa,
ira, evitación, agresividad o rechazo) que en el plano emocional y conductual
provoca en el padre la vivencia de la pérdida de su hijo en el proceso
post-divorcio. La intensidad de estas vivencias encuentra su origen en el
grado de apego y significación de la relación padre-hijo.
CRITERIO DE SELECCIÓN DE LOS CASOS.
Se seleccionaron los 6 casos estudiados atendiendo al siguiente criterio:
* Padres que vivencian el desajuste de su rol paterno en el proceso de
post-divorcio, y que acudieron a consulta espontaneamente.
MÉTODO
Se utilizó el método clínico, pues este permite utilizar diversos recursos
para obtener la información relevante sobre los sujetos investigados
(aplicación de técnicas) así como crear la comunicación empática entre el
paciente y el profesional como condición de implicación del sujeto en el
proceso de su conocimiento. Este método en combinación con el método
fenomenográfico está dirigido al conocimiento profundo y dinámico con una
concepción longitudinal del sujeto, en atención a su desarrollo y evolución
(pasado, presente y proyecciones futuras) en atención a las vivencias
sentidas por el paciente.
INTEGRACIÓN Y DISCUSIÓN DE LOS CASOS:
Como se señala en los estudios realizados, las características del proceso
pre-divorcio como el tipo de relación conyugal y la calidad de la relación
padre - hijo condicionará el desenlace de este proceso y las vivencias del
padre ante la separación de los hijos. En la tabla siguiente se expresa de
forma resumida el comportamiento de estos factores en los casos que
estudiamos.
TABLA I
Características de la relación pre-divorcio
DINAMICA CONYUGAL RELACION AFECTIVA CON LOS HIJOS
Caso 1(Chile) Rutinaria, cooperación mutua De apego
Caso 2 (Chile) Armónica y cooperación mutua Apego extremo
Caso 3 (Cuba) Disarmónica Distante Caso 4 (Chile) Rutinaria, división rígida
de las tareas, poca cooperación De apego Caso 5 (Cuba) Rutinaria, división
de las funciones con poca cooperación De apego Caso 6 (Cuba) Rutinaria y
cooperación mutua De apego
Como se observa, la mayoría de las relaciones anteriores al divorcio expresan
una relación conyugal que ha declinado en rutinaria, monótona o disarmónica.
Sin embargo, en la mitad de los casos el padre resulta tener una relación de
cooperación con la madre en las tareas de la casa, lo cual implica también
aquellas relacionadas con el cuidado y atención a los hijos. Por otra parte,
en casi todos los casos, la relación del padre con los hijos es de apego, de
gran implicación y compromiso emocional, con lazos afectivos fuertes, que se
expresan en la vida cotidiana en actividades conjuntas comunicativas y empáticas.
Asimismo nos propusimos registrar desde el punto de vista legal el régimen de
relaciones y la persona a la cual se le asigna la custodia del menor. Desde el
punto de vista de la madre consideramos importante tener en cuenta los obstáculos
que ella opone al contacto físico y su consecuente limitación a la
participación del padre en la formación de los hijos.
Consideramos de interés la desvalorización de la figura paterna que puede
hacer la madre durante este proceso post-divorcio, pudiendo llegar al extremo
de la inculcación maliciosa.
Si bien las limitaciones se dan en diferentes ámbitos consideramos que las de
mayor peso y consecuencias prácticas inmediatas son aquellas dadas a nivel
maternal y legal como se puede observar en la siguiente Tabla II.
TABLA II
Limitación de los derechos del padre
CASO
LIMITACION LEGAL
LIMITACION MATERNAL
Custodia Régimen de encuentros Contacto Físico Educación Deterioro de la
imagen 1 Madre Inicialmente muy limitado, después con permiso de visitas
Limitado en su totalidad Limitado en su totalidad No 2 Madre Limitado
Inicialmente compartido. Limitado a visita quincenal Limitado en su totalidad
No 3 Madre No se reporta Limitado en su totalidad Limitación parcial No 4
Madre Libre Limitación parcial Limitado en su totalidad No explícito 5 Madre
Limitado Visita en la casa materna Limitado en su totalidad No explícito 6
Madre Tenencia compartida No hay limitación No hay limitación No
Como se observa desde el punto de vista legal, la custodia es siempre asignada
a la madre. Es interesante ver como, en la mayoría de los casos, se establece
un régimen de encuentros limitados para el padre, sin que existan razones que
lo justifiquen. Como tendencia, las madres muestran conformidad con la decisión
legal de limitar los encuentros con los padres, e incluso agregan obstáculos
desestimulando el contacto físico, aún cuando el padre tenga condiciones y
deseos de establecer una relación más sistemática y cercana con el hijo.
Como el régimen de relación padre-hijo se establece, en la mayoría de los
casos, a través de visitas, esto trae como consecuencia una limitación de la
participación paterna en la educación del niño, sin que de manera expresa
sea una preocupación de la madre, aunque sí aparece con frecuencia en los
padres.
Esto conduce a vivencias negativas dadas por la certeza de la pérdida del rol
y del contacto con su hijo, traducidas en vivencias emocionales y conductuales
que reflejamos en la tabla III.
TABLA III
Reacciones emocionales y conductuales del padre.
VIVENCIA EMOCIONAL REACCION CONDUCTUAL
Caso 1 Depresión Angustia Sentimiento de soledad Inicialmente conducta
evasiva intermitente. Conducta perseverante de reclamo.
Caso 2 Depresión Angustia elevada Desesperación Reclamo perseverante.
Caso 3 Depresión Ira Evitación del contacto, evasión.
Caso 4 Ira Agresividad Depresión Reclamo perseverante de contacto.
Caso 5 Culpabilidad Angustia Impotencia Reclamo perseverante de contacto.
Caso 6 Temor Ansiedad Tristeza Defensa de la custodia.
Las vivencias emocionales experimentadas por los padres se caracterizan por un
tono negativo. Según lo que se reporta, son vivencias intensas mantenidas por
un período de tiempo prolongado, a tal punto que provocan trastornos o
desequilibrios emocionales y conductuales generadoras de gran frustración.
Esto hace que se conviertan en motivo de consulta.
Estas reacciones emocionales giran, generalmente, alrededor de la depresión y
un gran sentimiento de pérdida y carencia. No obstante, ellas en realidad
constituyen una amalgama de sentimientos, sin llegar a expresar un cuadro clínico
único. Esto puede responder a las situaciones confusas, muchas veces
inesperadas, en las que el padre se ve involucrado en el proceso de la
separación.
En el plano conductual la reacción más común es la expresión de un reclamo
por el contacto físico relacional con el hijo, tratando de restablecer o
mantener la relación empática anterior. La imposibilidad de lograr este propósito
hace que esta relación se convierta, en ocasiones, en una conducta
perseverante y con ciertos matices obsesivos, lo cual lo transforma en un síntoma
clínico. En todos los casos se puede afirmar que estas reacciones emocionales
y conductuales responden, en última instancia a una no aceptación por parte
del padre de la situación a que se ve sometido.
Resumiendo, pudiéramos apuntar algunas características que permiten, en
sentido general, describir los casos estudiados:
1.- El proceso pre-divorcio está matizado por una relación de pareja más
bien rutinaria, donde de manera implícita había disolución de vínculos
emocionales. El patrón de interacción conyugal más común es el de una
distribución de funciones sin llegar a una relación de igual o total
implicación de no en las tareas del otro.
2.- La relación padre-hijo (s) en el período pre-divorcio es empática;
caracterizada por una paternidad comprometida y responsable, donde priman las
muestras de cariño y afecto recíproco con los hijos.
3.- Desde lo legal la custodia siempre es asignada a la madre. Por lo general
se establecen sistemas de encuentros limitados de contacto del padre con el
hijo de forma rutinaria sin responder a razones fundamentadas. No existe una
evaluación de las posibilidades o capacidades del padre, ni se tiene en
cuenta su deseo o disposición.
4.- Es interesante cómo, a pesar de que la relación conyugal y el patrón de
interelación familiar varían de un caso a otro, sin que predomine como regla
un ambiente hostil o marcado por las discrepancias, las decisiones con
respecto a la limitación de derecho de los padres en el proceso post-divorcio
es bastante común. Esto permite pensar que se replica una conducta promovida
por la costumbre donde se hace presente el ejercicio forzado del rol paterno,
a semejanza de un asignado social que no siempre se ajusta a la situación
concreta.
5.- En la mayoría de los casos la madre hace suya con satisfacción la decisión
legal y agrega obstáculos a la relación padre-hijo. Esto limita la
participación del padre en la formación integral del menor. De los reportes
se desprende una relación más bien desarticulada con los hijos, es decir, no
existen actividades familiares, los contactos tienen forma de visita, etc.
Cuando se expresa por parte de la madre la necesidad del contacto padre-hijo,
es casi siempre para reparar un síntoma aparecido en el hijo o evitarlo, pero
nunca se trata de ofrecer al padre el espacio y oportunidad de compartir la
responsabilidad de la tuición compartida. En la misma medida no se observa en
estas madres (por lo general) una búsqueda de consenso ni cuidado de la
imagen paterna, sino una conducta de indiferencia al respecto o acciones o
expresiones que deterioran dicha imagen con una evidente inculcación
maliciosa.
6.- Aunque hay diferencia en el grado de limitación que sufre cada uno de los
padres, a todos los une el sentimiento de insatisfacción con la
"cuota" de contacto físico que le ha sido "permitida".
Todos manifiestan el sentimiento de pérdida que puede estar expresando la
disconformidad de que se paute su relación de padre, se limite su
espontaneidad y creatividad.
7.- El sentimiento de pérdida desencadena un conjunto de reacciones
emocionales que, con diversidad de matices, giran en torno de un profundo
dolor y desesperación, que se torna en ocasiones intolerable al padre,
frustrante, convirtiéndolo en nuestro paciente.
8.- La no renuncia a sus derechos lo lleva a una conducta de reclamo pertinaz,
que provoca un sentimiento de impotencia que no es siempre bien canalizado y
lo dirige a conductas de perseverancia, evasión y/o huida.
9.- En ninguno de los casos estudiados la madre está cabalmente convencida
y/o preparada para favorecer una paternidad comprometida. Suponiendo que elige
lo mejor para los hijos, asume como buena la decisión legal y relega al padre
al rol más tradicional.
10.- La angustia manifestada por el padre debido a la pérdida del hijo suele
atribuirse socialmente a otras causas, como celos, añoranza por la relación
de pareja, o a dobles intenciones como venganza, represalia, etc. Esto expresa
un prejuicio con respecto a los sentimientos del padre o, en el mejor de los
casos, una incapacidad para comprender su sufrimiento o asociarlo a la
interrupción de su rol de padre.
11.- Avalado por lo planteado respecto a los roles y lo asignado a ello en lo
socio-cultural, la madre expresa su superioridad respecto al padre en el
proceso de post-divorcio, se siente segura y dueña de la situación. No es la
madre, en ninguno de los casos, portadora de un sentimiento de pérdida.
CONCLUSIONES.
El análisis clínico-fenomenográfico de los casos estudiados nos sugiere las
siguientes conclusiones:
* En casi todos los casos tiene lugar el fenómeno de limitación de los
derechos del padre respecto a sus hijos, denominado padrectomía. El padre es
condenado al alejamiento segregándolo de aquellos espacios generadores de
vivencias afectivas con sus hijos. El fenómeno de la padrectomía está
presente en casi todos los casos. Salvo en el caso Nº 6 donde la tuición se
comparte con equidad lo cual favorece y protege el mantenimiento de los
contactos afectivos, físicos y la responsabilidad paternal.
* La limitación de los derechos del padre ocurre casi siempre de forma
rutinaria, respondiendo a patrones preestablecidos de tenencia monoparental,
sin razones que la fundamenten.
Consideramos que esto expresa, por una parte, la creencia acerca de la
incapacidad del hombre en la mejor atención de los hijos, y de otra parte, la
ausencia de comprensión de la necesaria participación del padre en la
formación integral de los hijos.
** La práctica de la padrectomía en cualquiera de sus formas es expresión
de un legado socio-cultural basado en:
* Una concepción estereotipada de la familia.
* La creencia de la superioridad de la mujer en el cuidado de los hijos.
* Una concepción mutilada de la paternidad.
** El síndrome del padre destruido, como conjunto de vivencias negativas
aparece aún sin que tenga lugar una limitación expresa de los derechos del
padre, sino incluso como sentimiento de anticipación de la pérdida.
** La manifestación del síndrome del padre destruido no responde a un cuadro
clínico idéntico. Las reacciones que lo acompañan están matizadas por las
condiciones en que ocurre la padrectomía y las características personológicas
de los padres. No obstante, se pueden registrar síntomas que aparecen de
forma recurrente como la desesperación y la ansiedad y una conducta
perseverante de reclamo con el hijo que parece conformar un cuadro muy
parecido a la depresión ansiosa. Lo anterior nos permite inferir diferentes
dimensiones del síndrome.
** El problema de desempeñar una adecuada paternidad en el proceso de
post-divorcio no es de fácil solución, ni aún en una situación de custodia
compartida. Esto no debe ser justificación para refugiarnos en lo
tradicional, en un estereotipo relacional de corte patriarcal, sino un reto
para luchar porque el ejercicio de la paternidad no sea presa de la dicotomía
matrimonio-divorcio. ** El hecho de que los casos estudiados sean tanto de
Cuba como de Chile, aumenta la trascendencia de las conclusiones aunque no es
nuestro propósito realizar generalizaciones. RECOMENDACIONES.
* Desde lo sociocultural y familiar sensibilizar a los especialistas y a la
población hacia la búsqueda de variaciones del asignado y el imaginario
social, hacia la asimilación de nuevos paradigmas de paternidad cada vez más
progresistas y que signifiquen una opción válida para padres con emergentes
de cambio. Dirigir la sensibilización a través de una adecuada divulgación
por los medios de difusión masiva y campañas educativas al respecto, en
función de un redimensionamiento de los roles paternos y maternos.
* Desde lo legal promover la búsqueda de nuevas alternativas de tenencia en
la guarda y custodia de los hijos, de mayor equidad y consenso que la actual.
Actualmente existe en Latinoamérica (Brasil, Argentina, Uruguay y Chile) una
tendencia a concebir la tenencia como un proceso del análisis de idoneidad de
los tutores, independientemente del sexo y rol que ejerzan.
* La elección de la guarda y custodia debería ser analizada observandose las
condiciones individuales de cada uno de los padres a modo de otorgarla al que
posea mayor capacidad de proporcionar al hijo un desarrollo saludable en todos
los sentidos. Incluso debemos incluir la posibilidad de que ambos padres
puedan compartir equilibradamente la funcionalidad de la anterior unión en la
nueva situación post-divorcio, llamada tenencia o guarda compartida. Otra
alternativa a tener en cuenta pudiera ser asignarle a un especialista la tarea
de diseñar instrumentos que permitan evaluar objetivamente cual de los dos
padres responde mejor a los intereses y características del niño para su
mejor ubicación (Jameson y cols. 1997).
* En los casos que así lo permitan , se debería marchar hacia la tuición o
tenencia compartida por ambos padres lo que podría resultar aunque no la
mejor, al menos la opción menos dañina para todos los implicados.
* Desde lo familiar, promover a través de medios educativos una resignificación
de los asumidos culturales en el seno familiar, en la búsqueda de estilos
relacionales tendientes a una reformulación del estilo patriarcal.
* Desde lo maternal, impulsar la necesidad de la búsqueda de consensos e
intentar disminuir la omnipotencia materna en el cuidado, afecto y desarrollo
del hijo, promoviendo una mayor integración de lo masculino a funciones y
labores que no poseen sexo, como son el contacto y apego paternal con los
hijos.
Guardamos la esperanza de que los resultados de este trabajo sirvan para
aumentar la conciencia y la comprensión acerca de que los efectos nocivos de
la ruptura paulatina, abrupta o radical de la paternidad como un aspecto
importante a tener en cuenta por la pareja (y la sociedad) en la decisión de
su divorcio y en el manejo de su desenlace.
Ha sido nuestro propósito final intentar contribuir desde nuestra experiencia
como psicólogo y como padre a la defensa de una paternidad no condicionada a
la dicotomía matrimonio- divorcio.
Los padres también sufrimos. No debe subestimarse nuestro dolor al separarnos
de nuestros hijos.
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(Nota: por razones de espacio no se incluye completa la bibliografía).
APADESHI