Asociación de Padres Alejados de sus hijos
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EL SÍNDROME DE ALIENACIÓN PROFESIONAL
Y
LA RUPTURA INNECESARIA DE LA FAMILIA.
(Publicado en la Revista La Ley en
7 de marzo del 2002)
Sumario: 1.- De la sociedad anterior a la sociedad actual. 2.- La ruptura innecesaria de la familia. 3.- El profesionalismo. 4.- La resolución de los dilemas. 5.- El síndrome de alienación profesional. 6.- La destructividad como falacia argumentativa.- 7.- El perfil del experto en asuntos de familia. 8.- Evaluación conclusiva. 9.- De la sociedad actual a la sociedad futura.
1.- De la sociedad anterior a la sociedad actual.
Asistimos hoy a la aguda crisis del vínculo social cuyo contrapunto dialéctico
es la cohesión social. Esta es multifactorial siendo uno -no el único- de los
factores (cruciales) la familia, célula básica de la sociedad o unidad social
básica.
La ruptura familiar generalizada que exhiben estos marcos temporales comprende
el divorcio de los casados, la separación de los no casados convivientes y el
distanciamiento de los no casados y no convivientes que, cuando existen hijos
menores, en sus consecuencias humanas y sociales se equiparan.
A la sociedad, cualquiera fuera la época, el divorcio jamás le ha resultado
indiferente. Si bien históricamente la religión ha sido un severo pautador las
leyes civiles siempre han establecido condiciones limitantes que han operado
como restricciones.
En el presente la actitud individual y colectiva ante la ruptura familiar no
resulta comparable a la experiencia de la sociedad anterior por ser de talante
mucho más tolerante. Se trata liminarmente de dos sociedades distintas por estar
iluminadas por diferentes constelaciones epocales siendo propiamente dos mundos.
La ruptura familiar como final de la unión de la familia siempre ha sido vista
con disfavor por su repercusión en lo personal y en lo social. Sin embargo, los
divorciados ya no sufren interiormente los profundos y prolongados sentimientos
de culpa o desestima propia que antaño se vivían ante un fracaso matrimonial
(1).
La familia y la sociedad constituyen un eje en interacción permanente.
Consecuentemente, el tejido social cimbra cuando una de sus células se enferma,
accidenta y/o desintegra, con mas razón cuando son muchas las células del
entramado que se pierden como ocurre en las sociedades que registran el divorcio
en gran escala.
En los elevados porcentajes de divorcios y separaciones registrados en nuestros
días las estadísticas no desglosan situaciones diversas -los casados, los
convivientes no casados, los no convivientes no casados, con hijos matrimoniales
o extramatrimoniales- incluidas en el divorcio generalizado.
A raiz de la ruptura familiar los adultos pueden encarar otros proyectos vitales
(de índole familiar) redefiniéndose las (sus) relaciones de familia (nuevas
uniones, nuevos hijos, nuevos vínculos) y las (nuevas) relaciones sociales, todo
lo cual resuena en la sociedad.
No obstante, la ruptura familiar como forma admite distinciones, a saber: la
ruptura que es inevitable y la ruptura innecesaria -que es evitable-,
respectivamente.
La ruptura inevitable es la que se alza como una salida para los infelices, el
alivio ante la convivencia insoportable, cuyas causas y efectos exceden el
objeto del presente estudio que focaliza la atención en la ruptura innecesaria,
aspecto no profundizado pero de altísimo interés humano, social y profesional.
Comprende el rompimiento que era evitable, el de quienes se separan pero que
podían haber seguido unidos, aunque con ajuste. Se extiende a la ruptura que,
siendo inevitable, ve intensificados sus términos configurándose la hipótesis de
ruptura agravada. Dentro de los divorcios y las separaciones de los últimos años
estas rupturas constituyen una forma de desastre familiar, cuyos efectos se
disparan y expanden en haces aleatorios. El significativo segmento que
representan ha de ser la piedra de toque en la hora actual desde que las mismas
son rechazadas abiertamente por todas las sociedades.
Muy frecuentemente la ruptura familiar no es consecuencia de insuperables
contradicciones internas sino de la desacertada modulación de la controversia
por parte de los expertos en asuntos de familia. Su enfático accionar sin
rendición de cuentas ha contribuido a que la familia en los últimos años se haya
convertido en una entidad litigiosa (2) lo que remite necesariamente a los
intermediarios en los litigios (expertos, profesionales, especialistas,
moduladores, operadores, funcionarios) y a las profesiones (especialidades,
metodologías) (3).
Sin que sea objetable desde el punto de la competencia profesional (mala praxis)
la praxis de los expertos, sin ser mala ni buena puede perjudicar, es la praxis
perjudicial (4). No requiere de violaciones ni de notorios errores que los
mecanismos existentes de responsabilidad son incapaces de develar o corregir
(5).
Las profesiones se han hecho esenciales para el funcionamiento mismo de nuestra
sociedad. Nos dirigimos a los profesionales para la definición y solución de
nuestros problemas. Con tal que la dirección de la sociedad dependa de un
conocimiento y una competencia especiales, habrá un lugar esencial para las
profesiones (6).
Las profesiones se basan en el conocimiento sistemático (especializado,
firmemente establecido, científico y estandarizado). Se sustenta en la
existencia de uniformidades suficientes en los problemas y en los mecanismos
para resolverlos como para cualificar a los que los solucionan como
profesionales. La práctica profesional es una actividad instrumental consistente
en resolver un problema basado en el paradigma de la racionalidad técnica.
Enraíza en el positivismo de finales del siglo XIX que se desarrolla en la
universidad moderna (7).
Una profesión -sobre todo en las principales- se basa en la administración
repetitiva de los mismos tipos de problemas. Profesiones (principales) como la
Medicina, la Ingeniería y la Abogacía ajustaron en forma fiable los medios y los
fines para resolver sus problemas.
El profesional es un proveedor de servicios y los beneficiarios son los clientes
(pacientes, estudiantes, personas asesoradas, asistidas o casos). Las
profesiones se enfrentan ahora con una exigencia de adaptabilidad sin
precedentes entre el cuerpo de conocimientos que deben utilizar y las
expectativas de la sociedad.. En el mundo real los problemas son confusos o más
complejos y menos claramente definidos para el profesional. Son verdaderos
"revoltijos" que plantean conflictos de valores (8).
Algunos críticos han tratado de mostrar que los profesionales llevan a cabo una
malversación del conocimiento especializado en su propio interés y/o en el
interés de una elite poderosa, pendientes como están de conservar su dominio
sobre el resto de la sociedad. No tienen un interés real en los valores que los
profesionales supuestamente promueven y en las normas que predican y (en su
acción) son ineficaces. Las soluciones defendidas por expertos profesionales se
vieron como las causantes de problemas tan malos o peores que aquéllos que
habían pretendido resolver (9).
En materia de asuntos de familia cabe indagar si la acción profesional responde
apropiadamente a la (creciente) litigiosidad interna que exhibe la familia, si
ha contribuido a que la familia se haya convertido en una entidad litigiosa, si
su accionar es parte -operando los casos- de la litigiosidad general y asimismo,
si lo que parece fracaso profesional resulta éxito profesional para el experto.
En ciertas situaciones problemáticas el modelo del conocimiento profesional y la
racionalidad técnica basado en el paradigma formal resulta incompleto. Los
conflictos de familia presentan notas únicas porque lo humano como fenómeno se
enfrenta con la libertad del hombre que escapa a todo determinismo, de cara
siempre a lo original e insólito.
Son justamente los problemas del mundo real, las cosas de la vida, donde el ser
humano aparece en su dimensión personal como ser concreto (histórico, social,
vivo, libre, trascendente) y no como sujeto epistémico. Paralelamente, cabe
señalar que no existe relación más compleja que la conyugal. Toda visión de las
relaciones humanas intersubjetivas en ese grupo pequeño, íntimo, doméstico que
es la familia muestra que las situaciones del vivir son siempre caleidoscópicas.
El comportamiento humano en caso de disputa a resolver no ofrece un problema
sino un dilema. Implica un conflicto de valores, metas, propósitos, intereses.
El campo es eminentemente heurístico (10), no algorítmico -o algoritmizable- en
que el algoritmo se manifiesta como un camino exacto o estandarizado para
alcanzar el fin (único), algo así como una receta (o recetario).
El esquema tradicional de resolución de los conflictos de familia parecería
confundir los campos, que recurre en lo heurístico a los algoritmos y que trata
el dilema como problema. Centrado en la resolución, durante la modulación de la
controversia el esquema clásico prescinde -selectivamente o no- de lo relevante
que son las consecuencias humanas. En realidad es el hombre y no el método y, a
contrario, se da la situación de que los medios destruyen el sentido y razón de
ser (11).
Se trata del síndrome propio del profesionalismo, el cual no reconoce referente
y del que pueden derivarse otros síndromes. En tiempos de elevadísima
diversificación profesional tiene entidad como para constituir una categoría
propia.
Un alto grado de especialización puede conducir a una estrechez de miras e
infligirse a los clientes las consecuencias de la limitación y rigidez del
profesional quien resulta dañino. Algunas veces, la gente añora al profesional
general de antes interesado en el paciente en su totalidad (12).
El síndrome se presenta en los casos a resolver en que hay personas
involucradas. Se lo visualiza cuando en la situación problemática se
reinterpretan los sucesos, se acciona sobre falsos problemas o problemas
artificiales, se cae en el encorsetamiento dentro de un universo conceptual
distanciado de la (nuda) realidad y de las vivencias personales pudiendo
recurrir a caminos ilícitos pero legales (o legalizados).
El experto apela a la categorización a través de filtros interpretativos
estereotipados, moldes, etiquetamientos, encasillamientos, perspectivas, al
extremo de encajar las situaciones (fenómenos) en sus rigideces conceptuales sin
importar(le) la no pertinencia (o impertinencia).
El profesional puede lavar el cerebro a su cliente a través de la persuasión
confundiéndolo, condicionándolo, predisponiéndolo, incluso coercionándolo. Lo
manipula programándolo, lo que resulta factible desde la (su) autoridad,
confianza (depositada) y control (social) que ejerce.
El síndrome se patentiza a través de los cursos de acción que canalizan las
estrategias de intervención. Estas son vías efectivas articuladas mediante las
que el experto obtiene por medios ilegítimos los objetivos, los que no se
lograrían por otros medios (lícitos). Es el autor intelectual de las
(estratégicas) líneas de actuación, quien alcanza la máxima viabilidad por la
(su) eficacia conviccional siendo el cliente un factor necesario aunque
trivial.
En cuanto al sistema legal en vigor -... porque el sistema lo permite...- lo
cierto es que no hay sistema sin operadores y, a su vez, todo sistema -y modelo
de aplicación- es correctible, ajustable, sustituible; con mas razón si hay
consenso (que es por el sistema).
Los términos del actuar profesional son siempre operativos y sus (adoptadas)
recomendaciones se autopropulsan. El problema (real, artificial; de fondo,
superficial; definido o indefinido) pasa de una fase a otra, el que en su
trámite (formal) se deforma (distorsión, falso problema) y la regulación
(gestión y resolución) del conflicto se formula en el vacío (problema abstracto)
a través de vías fraguadas (exitosas).
El andamiento del accionar experto enclava -y se afianza- en un sistema legal
dominado por el modelo formal que se deslegitima (por sus ilicitudes) en su
misma dialéctica por cuanto las formas (del trámite) legalizan la ilicitud.
Cuando se desmistifican los profesionales -las profesiones, especialidades,
funciones, mecanismos- y se evalúan conclusivamente las consecuencias de los
conflictos resueltos sale a la luz la alienación.
Cuestiones vinculares conflictivas (tenencia, visitas, contacto y alimentos)
entre padres e hijos se asocian derechamente con los divorcios destructivos,
anotándose la destructividad como dato y no como problema. Pero un divorcio no
puede calificarse de destructivo por sus efectos sino por sus causas, cuyo
meollo consiste en saber por qué un divorcio es destructivo.
En muchos casos la destructividad que se endilga a las partes -o por lo menos a
una de ellas- como si la gente fuera caótica es consecuencia de la desacertada
modulación de la controversia, imputable en cambio a los operadores (13). La
palabra "resolución" es neutra, no significa solucionar o resolver bien. Cerrado
el conflicto suelen surgir los verdaderos problemas, lastre de disputas mal
resueltas, los que quedan abiertos y se profundizan. Otra modulación habría
arrojado otras consecuencias.
La acertada modulación del caso, en vez, resulta constructiva. Durante la
gestión de la disputa pueden removerse los obstáculos y producirse el
restañamiento (prevención); arbitrarse recomendaciones correctivas (ajustes) y
activarse las fortalezas naturales que posee la familia para acotar (a su
perímetro) sus malestares y así poder avanzar vitalmente en lo longitudinal.
Estando afectados los parientes del nudo primario el intermediario debe
preservar siempre su resto emocional -que son las fortalezas naturales de la
familia- para la aclaración, la reconciliación y el perdón (14). Lo otro, su
obturación, permea la destructividad, de por sí devastadora por aniquiladora y
vindicativa, para cuya purga suele no alcanzar una vida entera.
En materia de familia esta en juego lo innegociable: la dignidad, la identidad,
los sentimientos, los hijos, la felicidad, la paz, el destino, los bienes y
valores más caros al ser humano. Reservado originariamente a Dios, aquello (lo
innegociable), en caso de conflicto a resolver, resulta puesto, expuesto y
sobreexpuesto en la mesada casi del espectáculo como si fuera un tesoro
expropiable: acaso lo es?
Cuando la destructividad es considerada como problema surge una distinción
clave: la que conecta con los involucrados en la disputa, de cuyas
personalidades y trastornos no nos ocuparemos y la que conecta con sus
moduladores de la controversia, centro de nuestro estudio.
En el cuadro general los injustos legales son fuente (segura) por la que se
filtra la destructividad que se incrusta en los protagonistas a través de las
consecuencias humanas de las resoluciones. Las mismas quedan fuera del esquema
mental y del marco oficial de actuación de los intermediarios porque su rol se
cumple y su función se agota en el acto de resolver.
La destructividad es la discordia cristalizada constatable en multivariadas
circunstancias: cuando lo cierto es - o puede ser tomado- como no cierto y
viceversa; la verdad aplastada por la obrepción o por el ímpetu de las formas;
la falsa denuncia que prospera; la denuncia verdadera que es desestimada; las
responsabilidades desordenadas; los acuerdos irritantes o de bases endebles; la
represión de los efectos antes que de las causas; las formas legalizadoras de la
ilicitud y la ilegitimidad. Los procesos innecesarios, abusivos, endemoniados,
los lobbies; la inobservancia de las leyes por sus mismos guardianes; los
caminos legales en contrasentido a la verdad, la justicia y la compasión. El mal
consejo en lo profesional, la falta de maduración humana, la ausencia de sigilo
y de austeridad valorativa y la carencia de virtudes reguladoras en los
operadores; la violencia emocional en el destrato, entre muchas otras causas,
todas combinables, acumulables y generativas.
El profesionalismo cuando hay gente involucrada puede ser peligroso. Lo es
cuando se cae desde su rigor científico en la categorización sistemática que
subsume la realidad en los moldes generales que maneja el experto. Lo relevante
pasa por la verticalidad del enfoque, sus firmes (y fijas) recomendaciones y las
(congruentes) conclusiones. Se desentiende de las consecuencias humanas
producidas (y provocadas) y de los (nuevos) problemas creados al resolver los
(problemas) implantados.
La profesionalidad, que se basa en las competencias alrededor de un sistema de
saber, considera que las profesiones pueden resolverlo todo. No obstante, la
ciencia resuelve problemas pero la vida del hombre -ser libre y trascendente-
presenta enigmas.
Lo humano como fenómeno excede cualquier sistema de saber reduccionista y
omnívoro (15). Desde la mirada profesional se corre el riesgo de malinterpretar
las situaciones o manipularlas para servir a los intereses del profesional en el
mantenimiento de su confianza en sus modelos y en sus técnicas estándar (su
utillaje) o en defensa de los intereses de una elite poderosa o de los
(intereses) establecidos (16).
Las sociedades humanas no ponen el conocimiento, con más razón el gran
conocimiento, para beneficio privado (individual o de clase) sino para el bien
común (interés público) porque el éxito (lucro, prestigio) y su afán no es un
valor. Asimismo, tampoco crean instituciones (las establecidas) para la inercia
ni para que cometan excesos.
Quienes atienden los "casos de familia" necesitan mucho más que credenciales,
las que se valoran a través de los títulos que certifican el conocimiento y la
competencia en el campo epistémico particular (disciplinar). Requieren tener
formación o sea poseer orientación en la vida. El criterio general del decisor
demanda otros saberes, los de fundamento, que acercan la educación, la moral, la
filosofía, la religión, la sociología, la antropología, la ética, el humanismo,
lo sociocultural. En el cruce de perspectivas, los moduladores acceden a la
comprensión de la situación problemática que afrontan y enfrentan en su
completud pero sensatamente, más que profesionales altamente capacitados hace
falta que -además- sean buenas personas.
El repertorio del experto debe sumar su propia experiencia (asimilación y
contrastación de los conocimientos y vivencias), el equilibrio de la (buena)
formación, las (desaparecidas) virtudes reguladoras (la paciencia, la sobriedad,
la discreción) descollando sus reservas morales (el capital moral) para producir
en la contextualización altezas; la profesionalización -sin más- es
deshumanización.
La familia hoy es una entidad litigiosa. A ello ha contribuido puntualmente el
mal uso de los buenos instrumentos legales a través del síndrome de alienación
profesional y de la praxis perjudicial, contributos del profesionalismo, lo que
resulta (resorte) disparador, en lo particular de la destructividad y en lo
general de la litigiosidad. En tanto vertientes de la conflictividad las mismas
operan como ondas de realimentación que se cruzan complejizando en grado sumo
los fenómenos.
Las categorizaciones estandarizadas porque todo fenómeno encaja en alguna
interpretación; el lavado de cerebro al cliente a través de su programación; las
vías fraguadas que implementan las estrategias concretas y la i-rresponsabilidad
(social) en caso de praxis perjudicial, por la tradición pragmática importan una
actuación (profesional) sin rendición de cuentas que el síndrome de alienación
profesional transversaliza.
Lo relevante es que la ruptura-desastre como forma provoca nuevos conflictos a
resolver, cuya reproducción eleva la demanda de expertos que, al generarse un
omnipresente sentido de la complejidad de los fenómenos, deben ser cada vez más
especializados. Paradójicamente el segmento social de los profesionales se nutre
y afirma desde la propia falla.
La sociedad actual -al superarse el modelo clásico y socialmente aprobado de la
familia nuclear fundada en el matrimonio- presenta una exuberante variedad de
formas de familia. Al nuevo sistema familiar que se perfila, en buena medida a
partir del divorcio generalizado -de muchísimas personas en muchos países-, le
preocupa la forma de ruptura de la que provienen las (nuevas) configuraciones
familiares. Su suerte mucho depende de la (suerte) que tengan las nuevas
familias porque la re-ruptura no es una hipótesis abstracta, ni remota; tiene
gran chance de ocurrir, con más razón si se prescinde de la causación de los
fenómenos (y de los senderos de la causalidad).
En el cuadro presentado la ruptura-desastre es foco inagotable de rayos
destructivos, son los haces aleatorios ya mencionados que penetran, atraviesan y
fulminan (persecutoriamente) a las personas y sus modos vitales de organización
(posterior) inoculando violencia a la sociedad.
El divorcio destructivo y no la "destructividad del divorcio" sirve a los
operadores como un bill de indemnidad, exculpándose en su praxis
(irresponsabilidad) al achacar la destructividad (inexplícitamente y por
anticipado) a las partes en el conflicto. El profesionalismo elude y esquiva
-porque es su rasgo- la respuesta atinente, sea porque excede sus comprensiones,
sea porque los profesionales no quieren estar -o quedar- bajo sospecha buscando
permanecer indemnes frente a los clientes y a la sociedad, aun a expensas del
caso.
En la ruptura-desastre que se generaliza, tras una pantalla de competencia y
servicio, la acción profesional se alinea en una verdadera industria de la
ruptura familiar, sumamente lucrativa y prestigiadora, de carácter
interdisciplinario y peligrosa, por desestabilizadora y dañina.
En cuanto a la casuística ha de rescatarse su función pedagógica. Lo que la
realidad refracta demandando respuestas criticas superadoras de la descripción y
reproducción de esa realidad para su transformación y mejora. Preguntas
cruciales a formular son: Quién se hace cargo de la destructividad derivada de
la (desacertada) modulación de la controversia, quién asume las consecuencias
humanas y sociales (negativas) del desastre familiar, qué mecanismos
responsabilizatorios caben? o bien, desde la reflexión (y la reflexividad)
repreguntar si estamos ante una actividad irresponsable (alienada) que se
deslegitima (y legaliza) al legalizarse (y deslegitimarse).
La solicitación social de estos escenarios pasa por el ejercicio profesional
justificado a través de la (debida) comprensión de las pretensiones y los
problemas (situación problemática completa y visión global), de la (equitativa)
distribución de los beneficios sociales (valores), de sus estrategias
(correctivas) para la efectiva realización de los (excelsos) objetivos
(oficialmente) declarados, trabajando con las personas (reales) -y para ellas-
en función del interés público (o bien común) como principio solar.
Junto con la cultura profesional emergente existe una cultura profesional que
aprende y re-aprende de la (mutante) casuística. Encara la gestión constructiva
de las disputas, la (única) que puede poner distancia a la destructividad y a la
litigiosidad superando lo que es innecesario o evitable, fuente -además- de
violencia (cada vez mas cercana).
El conocimiento especial está delimitado por marcos de referencia evaluativos
que llevan el sello de los valores e intereses humanos; por ello, si el esquema
empleado se torna ineficaz y hasta contraproducente, el profesional no puede
reivindicar legítimamente ser un experto en la materia (17).
Los verdaderos ciudadanos profesionales (18) obran de acuerdo a los valores e
ideales predicados, jerarquizan la verdad, la justicia y la compasión, mantienen
el pensamiento activo y una perspectiva cognitiva crítica aplicando con maestría
el sesgo constructivo a sus intervenciones, precisamente porque están educados.
Asimismo, promocionan y propician que las instituciones (establecidas) cumplan
con los fines (de su establecimiento) adecuándolos a las (nuevas) necesidades de
la comunidad y creando otras (instituciones) porque la sociedad
institucionalmente configurada se asegura en la medida de su fortalecimiento.
En este estadio resulta esencial destacar que la familia después de la ruptura
-y en todos los casos- continúa como unidad de pertenencia por ser el parentesco
institución fundante de las sociedades humanas. Sin embargo, la (ínsita)
destructividad de la ruptura-desastre y la litigiosidad implicada aniquilan en
lo individual la virtualidad del parentesco y en lo colectivo la misma cohesión
social, lo que constituye la (gran) cuenta (pendiente) del profesionalismo a
rendir a la familia y a la sociedad de nuestro tiempo.
CITAS BIBLIOGRAFICAS
(1) El resquebrajamiento de la familia puede que refleje la existencia de fracasos individuales pero cuando el divorcio, la separación y otras formas de desastre familiar alcanzan simultáneamente a millones de personas en muchos países es absurdo pensar que las causas son puramente personales (Cfr.TOFFLER, Alvin: La tercera ola, ed. Plaza Janés, Barcelona, España, 1980, pag. 209).
EL SÍNDROME DE ALIENACIÓN PROFESIONAL
Y
LA RUPTURA INNECESARIA DE LA FAMILIA.
(Publicado en la Revista La Ley en
7 de marzo del 2002)
Sumario: 1.- De la sociedad anterior a la sociedad actual. 2.- La ruptura innecesaria de la familia. 3.- El profesionalismo. 4.- La resolución de los dilemas. 5.- El síndrome de alienación profesional. 6.- La destructividad como falacia argumentativa.- 7.- El perfil del experto en asuntos de familia. 8.- Evaluación conclusiva. 9.- De la sociedad actual a la sociedad futura.
1.- De la sociedad anterior a la sociedad actual.
Asistimos hoy a la aguda crisis del vínculo social cuyo contrapunto dialéctico
es la cohesión social. Esta es multifactorial siendo uno -no el único- de los
factores (cruciales) la familia, célula básica de la sociedad o unidad social
básica.
La ruptura familiar generalizada que exhiben estos marcos temporales comprende
el divorcio de los casados, la separación de los no casados convivientes y el
distanciamiento de los no casados y no convivientes que, cuando existen hijos
menores, en sus consecuencias humanas y sociales se equiparan.
A la sociedad, cualquiera fuera la época, el divorcio jamás le ha resultado
indiferente. Si bien históricamente la religión ha sido un severo pautador las
leyes civiles siempre han establecido condiciones limitantes que han operado
como restricciones.
En el presente la actitud individual y colectiva ante la ruptura familiar no
resulta comparable a la experiencia de la sociedad anterior por ser de talante
mucho más tolerante. Se trata liminarmente de dos sociedades distintas por estar
iluminadas por diferentes constelaciones epocales siendo propiamente dos mundos.
La ruptura familiar como final de la unión de la familia siempre ha sido vista
con disfavor por su repercusión en lo personal y en lo social. Sin embargo, los
divorciados ya no sufren interiormente los profundos y prolongados sentimientos
de culpa o desestima propia que antaño se vivían ante un fracaso matrimonial
(1).
La familia y la sociedad constituyen un eje en interacción permanente.
Consecuentemente, el tejido social cimbra cuando una de sus células se enferma,
accidenta y/o desintegra, con mas razón cuando son muchas las células del
entramado que se pierden como ocurre en las sociedades que registran el divorcio
en gran escala.
En los elevados porcentajes de divorcios y separaciones registrados en nuestros
días las estadísticas no desglosan situaciones diversas -los casados, los
convivientes no casados, los no convivientes no casados, con hijos matrimoniales
o extramatrimoniales- incluidas en el divorcio generalizado.
A raiz de la ruptura familiar los adultos pueden encarar otros proyectos vitales
(de índole familiar) redefiniéndose las (sus) relaciones de familia (nuevas
uniones, nuevos hijos, nuevos vínculos) y las (nuevas) relaciones sociales, todo
lo cual resuena en la sociedad.
No obstante, la ruptura familiar como forma admite distinciones, a saber: la
ruptura que es inevitable y la ruptura innecesaria -que es evitable-,
respectivamente.
La ruptura inevitable es la que se alza como una salida para los infelices, el
alivio ante la convivencia insoportable, cuyas causas y efectos exceden el
objeto del presente estudio que focaliza la atención en la ruptura innecesaria,
aspecto no profundizado pero de altísimo interés humano, social y profesional.
Comprende el rompimiento que era evitable, el de quienes se separan pero que
podían haber seguido unidos, aunque con ajuste. Se extiende a la ruptura que,
siendo inevitable, ve intensificados sus términos configurándose la hipótesis de
ruptura agravada. Dentro de los divorcios y las separaciones de los últimos años
estas rupturas constituyen una forma de desastre familiar, cuyos efectos se
disparan y expanden en haces aleatorios. El significativo segmento que
representan ha de ser la piedra de toque en la hora actual desde que las mismas
son rechazadas abiertamente por todas las sociedades.
Muy frecuentemente la ruptura familiar no es consecuencia de insuperables
contradicciones internas sino de la desacertada modulación de la controversia
por parte de los expertos en asuntos de familia. Su enfático accionar sin
rendición de cuentas ha contribuido a que la familia en los últimos años se haya
convertido en una entidad litigiosa (2) lo que remite necesariamente a los
intermediarios en los litigios (expertos, profesionales, especialistas,
moduladores, operadores, funcionarios) y a las profesiones (especialidades,
metodologías) (3).
Sin que sea objetable desde el punto de la competencia profesional (mala praxis)
la praxis de los expertos, sin ser mala ni buena puede perjudicar, es la praxis
perjudicial (4). No requiere de violaciones ni de notorios errores que los
mecanismos existentes de responsabilidad son incapaces de develar o corregir
(5).
Las profesiones se han hecho esenciales para el funcionamiento mismo de nuestra
sociedad. Nos dirigimos a los profesionales para la definición y solución de
nuestros problemas. Con tal que la dirección de la sociedad dependa de un
conocimiento y una competencia especiales, habrá un lugar esencial para las
profesiones (6).
Las profesiones se basan en el conocimiento sistemático (especializado,
firmemente establecido, científico y estandarizado). Se sustenta en la
existencia de uniformidades suficientes en los problemas y en los mecanismos
para resolverlos como para cualificar a los que los solucionan como
profesionales. La práctica profesional es una actividad instrumental consistente
en resolver un problema basado en el paradigma de la racionalidad técnica.
Enraíza en el positivismo de finales del siglo XIX que se desarrolla en la
universidad moderna (7).
Una profesión -sobre todo en las principales- se basa en la administración
repetitiva de los mismos tipos de problemas. Profesiones (principales) como la
Medicina, la Ingeniería y la Abogacía ajustaron en forma fiable los medios y los
fines para resolver sus problemas.
El profesional es un proveedor de servicios y los beneficiarios son los clientes
(pacientes, estudiantes, personas asesoradas, asistidas o casos). Las
profesiones se enfrentan ahora con una exigencia de adaptabilidad sin
precedentes entre el cuerpo de conocimientos que deben utilizar y las
expectativas de la sociedad.. En el mundo real los problemas son confusos o más
complejos y menos claramente definidos para el profesional. Son verdaderos
"revoltijos" que plantean conflictos de valores (8).
Algunos críticos han tratado de mostrar que los profesionales llevan a cabo una
malversación del conocimiento especializado en su propio interés y/o en el
interés de una elite poderosa, pendientes como están de conservar su dominio
sobre el resto de la sociedad. No tienen un interés real en los valores que los
profesionales supuestamente promueven y en las normas que predican y (en su
acción) son ineficaces. Las soluciones defendidas por expertos profesionales se
vieron como las causantes de problemas tan malos o peores que aquéllos que
habían pretendido resolver (9).
En materia de asuntos de familia cabe indagar si la acción profesional responde
apropiadamente a la (creciente) litigiosidad interna que exhibe la familia, si
ha contribuido a que la familia se haya convertido en una entidad litigiosa, si
su accionar es parte -operando los casos- de la litigiosidad general y asimismo,
si lo que parece fracaso profesional resulta éxito profesional para el experto.
En ciertas situaciones problemáticas el modelo del conocimiento profesional y la
racionalidad técnica basado en el paradigma formal resulta incompleto. Los
conflictos de familia presentan notas únicas porque lo humano como fenómeno se
enfrenta con la libertad del hombre que escapa a todo determinismo, de cara
siempre a lo original e insólito.
Son justamente los problemas del mundo real, las cosas de la vida, donde el ser
humano aparece en su dimensión personal como ser concreto (histórico, social,
vivo, libre, trascendente) y no como sujeto epistémico. Paralelamente, cabe
señalar que no existe relación más compleja que la conyugal. Toda visión de las
relaciones humanas intersubjetivas en ese grupo pequeño, íntimo, doméstico que
es la familia muestra que las situaciones del vivir son siempre caleidoscópicas.
El comportamiento humano en caso de disputa a resolver no ofrece un problema
sino un dilema. Implica un conflicto de valores, metas, propósitos, intereses.
El campo es eminentemente heurístico (10), no algorítmico -o algoritmizable- en
que el algoritmo se manifiesta como un camino exacto o estandarizado para
alcanzar el fin (único), algo así como una receta (o recetario).
El esquema tradicional de resolución de los conflictos de familia parecería
confundir los campos, que recurre en lo heurístico a los algoritmos y que trata
el dilema como problema. Centrado en la resolución, durante la modulación de la
controversia el esquema clásico prescinde -selectivamente o no- de lo relevante
que son las consecuencias humanas. En realidad es el hombre y no el método y, a
contrario, se da la situación de que los medios destruyen el sentido y razón de
ser (11).
Se trata del síndrome propio del profesionalismo, el cual no reconoce referente
y del que pueden derivarse otros síndromes. En tiempos de elevadísima
diversificación profesional tiene entidad como para constituir una categoría
propia.
Un alto grado de especialización puede conducir a una estrechez de miras e
infligirse a los clientes las consecuencias de la limitación y rigidez del
profesional quien resulta dañino. Algunas veces, la gente añora al profesional
general de antes interesado en el paciente en su totalidad (12).
El síndrome se presenta en los casos a resolver en que hay personas
involucradas. Se lo visualiza cuando en la situación problemática se
reinterpretan los sucesos, se acciona sobre falsos problemas o problemas
artificiales, se cae en el encorsetamiento dentro de un universo conceptual
distanciado de la (nuda) realidad y de las vivencias personales pudiendo
recurrir a caminos ilícitos pero legales (o legalizados).
El experto apela a la categorización a través de filtros interpretativos
estereotipados, moldes, etiquetamientos, encasillamientos, perspectivas, al
extremo de encajar las situaciones (fenómenos) en sus rigideces conceptuales sin
importar(le) la no pertinencia (o impertinencia).
El profesional puede lavar el cerebro a su cliente a través de la persuasión
confundiéndolo, condicionándolo, predisponiéndolo, incluso coercionándolo. Lo
manipula programándolo, lo que resulta factible desde la (su) autoridad,
confianza (depositada) y control (social) que ejerce.
El síndrome se patentiza a través de los cursos de acción que canalizan las
estrategias de intervención. Estas son vías efectivas articuladas mediante las
que el experto obtiene por medios ilegítimos los objetivos, los que no se
lograrían por otros medios (lícitos). Es el autor intelectual de las
(estratégicas) líneas de actuación, quien alcanza la máxima viabilidad por la
(su) eficacia conviccional siendo el cliente un factor necesario aunque
trivial.
En cuanto al sistema legal en vigor -... porque el sistema lo permite...- lo
cierto es que no hay sistema sin operadores y, a su vez, todo sistema -y modelo
de aplicación- es correctible, ajustable, sustituible; con mas razón si hay
consenso (que es por el sistema).
Los términos del actuar profesional son siempre operativos y sus (adoptadas)
recomendaciones se autopropulsan. El problema (real, artificial; de fondo,
superficial; definido o indefinido) pasa de una fase a otra, el que en su
trámite (formal) se deforma (distorsión, falso problema) y la regulación
(gestión y resolución) del conflicto se formula en el vacío (problema abstracto)
a través de vías fraguadas (exitosas).
El andamiento del accionar experto enclava -y se afianza- en un sistema legal
dominado por el modelo formal que se deslegitima (por sus ilicitudes) en su
misma dialéctica por cuanto las formas (del trámite) legalizan la ilicitud.
Cuando se desmistifican los profesionales -las profesiones, especialidades,
funciones, mecanismos- y se evalúan conclusivamente las consecuencias de los
conflictos resueltos sale a la luz la alienación.
Cuestiones vinculares conflictivas (tenencia, visitas, contacto y alimentos)
entre padres e hijos se asocian derechamente con los divorcios destructivos,
anotándose la destructividad como dato y no como problema. Pero un divorcio no
puede calificarse de destructivo por sus efectos sino por sus causas, cuyo
meollo consiste en saber por qué un divorcio es destructivo.
En muchos casos la destructividad que se endilga a las partes -o por lo menos a
una de ellas- como si la gente fuera caótica es consecuencia de la desacertada
modulación de la controversia, imputable en cambio a los operadores (13). La
palabra "resolución" es neutra, no significa solucionar o resolver bien. Cerrado
el conflicto suelen surgir los verdaderos problemas, lastre de disputas mal
resueltas, los que quedan abiertos y se profundizan. Otra modulación habría
arrojado otras consecuencias.
La acertada modulación del caso, en vez, resulta constructiva. Durante la
gestión de la disputa pueden removerse los obstáculos y producirse el
restañamiento (prevención); arbitrarse recomendaciones correctivas (ajustes) y
activarse las fortalezas naturales que posee la familia para acotar (a su
perímetro) sus malestares y así poder avanzar vitalmente en lo longitudinal.
Estando afectados los parientes del nudo primario el intermediario debe
preservar siempre su resto emocional -que son las fortalezas naturales de la
familia- para la aclaración, la reconciliación y el perdón (14). Lo otro, su
obturación, permea la destructividad, de por sí devastadora por aniquiladora y
vindicativa, para cuya purga suele no alcanzar una vida entera.
En materia de familia esta en juego lo innegociable: la dignidad, la identidad,
los sentimientos, los hijos, la felicidad, la paz, el destino, los bienes y
valores más caros al ser humano. Reservado originariamente a Dios, aquello (lo
innegociable), en caso de conflicto a resolver, resulta puesto, expuesto y
sobreexpuesto en la mesada casi del espectáculo como si fuera un tesoro
expropiable: acaso lo es?
Cuando la destructividad es considerada como problema surge una distinción
clave: la que conecta con los involucrados en la disputa, de cuyas
personalidades y trastornos no nos ocuparemos y la que conecta con sus
moduladores de la controversia, centro de nuestro estudio.
En el cuadro general los injustos legales son fuente (segura) por la que se
filtra la destructividad que se incrusta en los protagonistas a través de las
consecuencias humanas de las resoluciones. Las mismas quedan fuera del esquema
mental y del marco oficial de actuación de los intermediarios porque su rol se
cumple y su función se agota en el acto de resolver.
La destructividad es la discordia cristalizada constatable en multivariadas
circunstancias: cuando lo cierto es - o puede ser tomado- como no cierto y
viceversa; la verdad aplastada por la obrepción o por el ímpetu de las formas;
la falsa denuncia que prospera; la denuncia verdadera que es desestimada; las
responsabilidades desordenadas; los acuerdos irritantes o de bases endebles; la
represión de los efectos antes que de las causas; las formas legalizadoras de la
ilicitud y la ilegitimidad. Los procesos innecesarios, abusivos, endemoniados,
los lobbies; la inobservancia de las leyes por sus mismos guardianes; los
caminos legales en contrasentido a la verdad, la justicia y la compasión. El mal
consejo en lo profesional, la falta de maduración humana, la ausencia de sigilo
y de austeridad valorativa y la carencia de virtudes reguladoras en los
operadores; la violencia emocional en el destrato, entre muchas otras causas,
todas combinables, acumulables y generativas.
El profesionalismo cuando hay gente involucrada puede ser peligroso. Lo es
cuando se cae desde su rigor científico en la categorización sistemática que
subsume la realidad en los moldes generales que maneja el experto. Lo relevante
pasa por la verticalidad del enfoque, sus firmes (y fijas) recomendaciones y las
(congruentes) conclusiones. Se desentiende de las consecuencias humanas
producidas (y provocadas) y de los (nuevos) problemas creados al resolver los
(problemas) implantados.
La profesionalidad, que se basa en las competencias alrededor de un sistema de
saber, considera que las profesiones pueden resolverlo todo. No obstante, la
ciencia resuelve problemas pero la vida del hombre -ser libre y trascendente-
presenta enigmas.
Lo humano como fenómeno excede cualquier sistema de saber reduccionista y
omnívoro (15). Desde la mirada profesional se corre el riesgo de malinterpretar
las situaciones o manipularlas para servir a los intereses del profesional en el
mantenimiento de su confianza en sus modelos y en sus técnicas estándar (su
utillaje) o en defensa de los intereses de una elite poderosa o de los
(intereses) establecidos (16).
Las sociedades humanas no ponen el conocimiento, con más razón el gran
conocimiento, para beneficio privado (individual o de clase) sino para el bien
común (interés público) porque el éxito (lucro, prestigio) y su afán no es un
valor. Asimismo, tampoco crean instituciones (las establecidas) para la inercia
ni para que cometan excesos.
Quienes atienden los "casos de familia" necesitan mucho más que credenciales,
las que se valoran a través de los títulos que certifican el conocimiento y la
competencia en el campo epistémico particular (disciplinar). Requieren tener
formación o sea poseer orientación en la vida. El criterio general del decisor
demanda otros saberes, los de fundamento, que acercan la educación, la moral, la
filosofía, la religión, la sociología, la antropología, la ética, el humanismo,
lo sociocultural. En el cruce de perspectivas, los moduladores acceden a la
comprensión de la situación problemática que afrontan y enfrentan en su
completud pero sensatamente, más que profesionales altamente capacitados hace
falta que -además- sean buenas personas.
El repertorio del experto debe sumar su propia experiencia (asimilación y
contrastación de los conocimientos y vivencias), el equilibrio de la (buena)
formación, las (desaparecidas) virtudes reguladoras (la paciencia, la sobriedad,
la discreción) descollando sus reservas morales (el capital moral) para producir
en la contextualización altezas; la profesionalización -sin más- es
deshumanización.
La familia hoy es una entidad litigiosa. A ello ha contribuido puntualmente el
mal uso de los buenos instrumentos legales a través del síndrome de alienación
profesional y de la praxis perjudicial, contributos del profesionalismo, lo que
resulta (resorte) disparador, en lo particular de la destructividad y en lo
general de la litigiosidad. En tanto vertientes de la conflictividad las mismas
operan como ondas de realimentación que se cruzan complejizando en grado sumo
los fenómenos.
Las categorizaciones estandarizadas porque todo fenómeno encaja en alguna
interpretación; el lavado de cerebro al cliente a través de su programación; las
vías fraguadas que implementan las estrategias concretas y la i-rresponsabilidad
(social) en caso de praxis perjudicial, por la tradición pragmática importan una
actuación (profesional) sin rendición de cuentas que el síndrome de alienación
profesional transversaliza.
Lo relevante es que la ruptura-desastre como forma provoca nuevos conflictos a
resolver, cuya reproducción eleva la demanda de expertos que, al generarse un
omnipresente sentido de la complejidad de los fenómenos, deben ser cada vez más
especializados. Paradójicamente el segmento social de los profesionales se nutre
y afirma desde la propia falla.
La sociedad actual -al superarse el modelo clásico y socialmente aprobado de la
familia nuclear fundada en el matrimonio- presenta una exuberante variedad de
formas de familia. Al nuevo sistema familiar que se perfila, en buena medida a
partir del divorcio generalizado -de muchísimas personas en muchos países-, le
preocupa la forma de ruptura de la que provienen las (nuevas) configuraciones
familiares. Su suerte mucho depende de la (suerte) que tengan las nuevas
familias porque la re-ruptura no es una hipótesis abstracta, ni remota; tiene
gran chance de ocurrir, con más razón si se prescinde de la causación de los
fenómenos (y de los senderos de la causalidad).
En el cuadro presentado la ruptura-desastre es foco inagotable de rayos
destructivos, son los haces aleatorios ya mencionados que penetran, atraviesan y
fulminan (persecutoriamente) a las personas y sus modos vitales de organización
(posterior) inoculando violencia a la sociedad.
El divorcio destructivo y no la "destructividad del divorcio" sirve a los
operadores como un bill de indemnidad, exculpándose en su praxis
(irresponsabilidad) al achacar la destructividad (inexplícitamente y por
anticipado) a las partes en el conflicto. El profesionalismo elude y esquiva
-porque es su rasgo- la respuesta atinente, sea porque excede sus comprensiones,
sea porque los profesionales no quieren estar -o quedar- bajo sospecha buscando
permanecer indemnes frente a los clientes y a la sociedad, aun a expensas del
caso.
En la ruptura-desastre que se generaliza, tras una pantalla de competencia y
servicio, la acción profesional se alinea en una verdadera industria de la
ruptura familiar, sumamente lucrativa y prestigiadora, de carácter
interdisciplinario y peligrosa, por desestabilizadora y dañina.
En cuanto a la casuística ha de rescatarse su función pedagógica. Lo que la
realidad refracta demandando respuestas criticas superadoras de la descripción y
reproducción de esa realidad para su transformación y mejora. Preguntas
cruciales a formular son: Quién se hace cargo de la destructividad derivada de
la (desacertada) modulación de la controversia, quién asume las consecuencias
humanas y sociales (negativas) del desastre familiar, qué mecanismos
responsabilizatorios caben? o bien, desde la reflexión (y la reflexividad)
repreguntar si estamos ante una actividad irresponsable (alienada) que se
deslegitima (y legaliza) al legalizarse (y deslegitimarse).
La solicitación social de estos escenarios pasa por el ejercicio profesional
justificado a través de la (debida) comprensión de las pretensiones y los
problemas (situación problemática completa y visión global), de la (equitativa)
distribución de los beneficios sociales (valores), de sus estrategias
(correctivas) para la efectiva realización de los (excelsos) objetivos
(oficialmente) declarados, trabajando con las personas (reales) -y para ellas-
en función del interés público (o bien común) como principio solar.
Junto con la cultura profesional emergente existe una cultura profesional que
aprende y re-aprende de la (mutante) casuística. Encara la gestión constructiva
de las disputas, la (única) que puede poner distancia a la destructividad y a la
litigiosidad superando lo que es innecesario o evitable, fuente -además- de
violencia (cada vez mas cercana).
El conocimiento especial está delimitado por marcos de referencia evaluativos
que llevan el sello de los valores e intereses humanos; por ello, si el esquema
empleado se torna ineficaz y hasta contraproducente, el profesional no puede
reivindicar legítimamente ser un experto en la materia (17).
Los verdaderos ciudadanos profesionales (18) obran de acuerdo a los valores e
ideales predicados, jerarquizan la verdad, la justicia y la compasión, mantienen
el pensamiento activo y una perspectiva cognitiva crítica aplicando con maestría
el sesgo constructivo a sus intervenciones, precisamente porque están educados.
Asimismo, promocionan y propician que las instituciones (establecidas) cumplan
con los fines (de su establecimiento) adecuándolos a las (nuevas) necesidades de
la comunidad y creando otras (instituciones) porque la sociedad
institucionalmente configurada se asegura en la medida de su fortalecimiento.
En este estadio resulta esencial destacar que la familia después de la ruptura
-y en todos los casos- continúa como unidad de pertenencia por ser el parentesco
institución fundante de las sociedades humanas. Sin embargo, la (ínsita)
destructividad de la ruptura-desastre y la litigiosidad implicada aniquilan en
lo individual la virtualidad del parentesco y en lo colectivo la misma cohesión
social, lo que constituye la (gran) cuenta (pendiente) del profesionalismo a
rendir a la familia y a la sociedad de nuestro tiempo.
CITAS BIBLIOGRAFICAS
(1) El resquebrajamiento de la familia puede que refleje la existencia de fracasos individuales pero cuando el divorcio, la separación y otras formas de desastre familiar alcanzan simultáneamente a millones de personas en muchos países es absurdo pensar que las causas son puramente personales (Cfr.TOFFLER, Alvin: La tercera ola, ed. Plaza Janés, Barcelona, España, 1980, pag. 209).