Asociación de Padres Alejados de sus hijos
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PADRES
SEPARADOS: CUANDO UNO OBSTACULIZA
LA
RELACIÓN DEL OTRO CON EL HIJO
Experiencia
y literatura local y extranjera
1.
Enfoques
sobre la separación y el divorcio
Ha
transcurrido medio siglo desde que la separación y el divorcio de los esposos
comenzaron a vivirse masivamente y a estudiarse. Tiempo suficiente para que los
enfoques ideológicos, las expectativas y las conductas hayan variado, al menos
parcialmente.
Comencemos
por aceptar, nos guste o no, que, sociológicamente, ha surgido un tipo de matrimonio que admite la posibilidad de
ruptura. Antes, quien se separaba o divorciaba transgredía el orden del
universo y ponía en peligro la base del entramado social. Consecuentemente, había
que buscar al culpable de la traición y castigarlo. La sociedad estaba
fuertemente interesada en esa sanción, para evitar que se repitiesen los actos
que atentaban contra su célula básica: la familia nuclear.
Hoy en día,
la sociedad en su conjunto advierte que casi la mitad de los matrimonios
que la integran se separan, aunque tengan hijos. Los recursos para asegurar la
paz social y para transmitir la vida y la cultura no deberían confiarse ya
exclusivamente a las familias nucleares. La presión para que el matrimonio
continúe hasta la muerte ha disminuido, y esto, unido a la crisis de la fe
religiosa, permite considerar ahora la separación y el divorcio como una crisis
que puede dar lugar a que la misma familia cobre una organización diferente.
No queremos
con esto minimizar el fracaso que una separación conyugal significa. El recinto
de crecimiento más saludable para adultos, niños y adolescentes sigue siendo
el de la familia formada por una pareja conyugal y parental estable y feliz. Es
más, la separación y el divorcio son siempre algo intensamente doloroso para
los adultos y dramático para los hijos. Por eso la primera tarea de prevención
en salud mental es la de ayudar a las personas a elegir su pareja y a hacerlas
resistentes a las crisis que pueden destruirla.
Pero lo
cierto es que un 40% de los matrimonios hoy en día se separan y que es
imprescindible ayudarlos a hacerlo de la manera más constructiva posible, sobre
todo si tienen hijos. Para ello se visualizó que la familia del divorcio
implicaba una organización diferente de la nuclear. Comenzó por ser pensada (y
todavía en parte se la considera) como una especie de familia nuclear de
segunda categoría. Se la llamaba “familia incompleta”. La familia
conservaba un núcleo, generalmente en el lugar donde vivía la madre con sus
hijos. El padre no tenía un lugar “oficial”, pero iba de “visita” a ver
a sus hijos, seguía proveyendo (al menos teóricamente) con los “alimentos”
y “controlaba” la educación que la madre daba. Esta organización es la que
prescribe todavía hoy nuestro Código Civil para la familia de padres separados
(merced a la reforma de 1985).
El
resultado no fue positivo: los padres varones abandonaban el lugar periférico
que les era asignado por la ley y la cultura; el 70% de los hijos (al menos en
las estadísticas realizadas en los Estados Unidos de América) quedaba sin su
padre varón y tenía por esto más dificultades que las comunes en su
crecimiento; las madres resultaban sobrecargadas por la crianza solitaria y los
niños abrumados por las responsabilidades emocionales (cuando no económicas)
que se les asignaba, desproporcionadas para su edad.
Este cuadro
poco alentador de la llamada “familia incompleta” exigía un cambio de
paradigma y lo obtuvo cuando los padres separados y los expertos comenzaron a
diseñar lo que hoy conocemos como “familia binuclear”. Una familia en donde
los hijos tienen dos hogares: el de la madre y el del padre, donde cohabitan con
cada uno de sus dos progenitores. Ambos se corresponsabilizan de la crianza y la
educación de sus hijos mediante acuerdos y un razonable reparto de
responsabilidades y de cargas. Esto es lo que inadecuadamente se llama
“tenencia compartida” (en realidad se la debería llamar “patria potestad
compartida”, ya que no tiene que ver con la partición al medio del tiempo de
cohabitación del hijo con los padres, sino con la asunción conjunta de
responsabilidad en su crianza y educación).
Los
resultados del nuevo paradigma posibilitan que el padre varón ocupe una posición
central y asuma sus cargas con entusiasmo, ya que los éxitos y fracasos del
hijo le pertenecen a él tanto como a la madre; las madres pueden llevar una
vida menos abrumada y dedicarse más a su crecimiento personal, lo que favorece
el oportuno desarrollo de los hijos; los hijos pueden crecer con más protección
y libertad merced a los acuerdos entre los padres, que los eximen de celebrar
alianzas con uno de ellos.
A pesar de
la mejora que esto significa, separaciones y divorcios siguen siendo dramáticos
y los hijos de padres separados siguen teniendo más dificultades que los otros,
según informan las estadísticas y la experiencia profesional.
Atribuimos
estas dificultades extraordinarias a que el divorcio de los padres fue
destructivo. Así lo sugieren estudios actuales, que encuentran que los síntomas
de los hijos se deben más a la discordia parental posdivorcio que al divorcio
en sí mismo. La desarmonía en la pareja de padres incide, por ejemplo, en un
mayor índice de depresión en los hijos, por considerarse en ese caso poco
valiosos como para que los padres resuelvan sus diferencias en su beneficio. La
depresión en niños y adolescentes se manifiesta como rebeldía y fracaso académico,
dos de los problemas más frecuentes en los hijos de parejas conflictivas. Esta
conclusión señala una línea de trabajo ( ayudar a las parejas a divorciarse
mejor), que aumentaría la probabilidad de los hijos de desarrollarse sin más
obstáculos que los normales. En resumen:
§
La
primera tarea preventiva es ayudar a las personas a construir matrimonios
estables y felices, la segunda es ayudarlas a no rendirse frente a las
dificultades que inevitablemente enfrentarán y a que las superen sin separarse,
y la última es ayudarlas a separarse adecuadamente, cuando esto es inevitable.
§
Dentro
de esta última tarea se inscribe la de dar una organización binuclear a la
familia. Y aunque la nueva cultura del divorcio (familia de padres separados =
familia binuclear) ya se encuentra en plena
expansión, todavía quedan problemas que afligen a los padres, a los
hijos y a los expertos.
§
Uno
de ellos, entre los más graves, es la actitud de uno de los progenitores,
cuando obstaculiza o impide el acceso del otro a sus hijos. Sobre este tema se
centra este trabajo.
2.
Motivos
explícitos y causas ocultas por las cuales usualmente un hombre/mujer
separado/a obstaculiza sin razón el acceso del otro progenitor a los hijos
En muchos
casos el intento de bloquear el acceso de un progenitor al hijo está basado en
hechos reales e importantes. A veces uno de los progenitores daña a sus hijos,
los maltrata física o psíquicamente, abusa de ellos sexualmente o se comporta
con grave negligencia a su respecto, poniéndolos en riesgo. El objetivo de este
trabajo no tiene relación con estos casos, si bien una de las tareas más
importantes y difíciles de los operadores es diferenciarlos de las falsas
alegaciones.
Veamos cuáles
pueden ser los motivos alegados y los verdaderos que llevan a un progenitor a
obstaculizar, sin razón suficiente, el acceso del otro a los hijos. Es
diferente según sea el progenitor obstruccionista el padre o la madre.
Cuando es
el padre quien intenta obstruir o impedir la relación de la madre con sus
hijos, sus alegaciones frecuentemente tienen que ver con:
§
La
supuesta perturbación mental de la mujer. Aduce que ella está mentalmente
enferma y no quiere tratarse, y que esto pone en riesgo a sus hijos. Se trata a
menudo de relaciones en que la mujer ha soportado largamente la violencia física
y/o psicológica del hombre, y a este fin ha tenido que adaptar su conducta. A
veces algún médico psiquiatra (desconociendo o minimizando el problema de la
violencia) le ha recetado tranquilizantes o antidepresivos (de hecho está
demostrado que sufren depresión más mujeres que hombres). Cuando la mujer
decide separarse el hombre la califica de “loca” y confirma esta calificación
cuando la mujer deja el tratamiento psiquiátrico que le servía para adaptarse
a la situación de violencia.
§
El
pretendido desenfreno sexual de la mujer. Se trata usualmente de mujeres que
logran liberarse de relaciones en que han sido violentadas física y/o psicológicamente.
El hombre piensa y dice que lo que ella está buscando tiene que ver con su
desenfreno sexual. Esto se ratifica y confirma si la mujer entra en una relación
concreta con otro hombre. Se trata entonces, a los ojos masculinos, de una mujer
promiscua que constituye un mal ejemplo para los hijos, cuando no los pone en
riesgo por la clase de hombres que ella frecuenta. Si la madre forma nueva
pareja, esta acusación se transforma en que la presencia de ese hombre en el
hogar es “nociva” y por lo tanto los hijos la rechazan.
§
La
supuesta negligencia de la mujer con sus hijos. El hombre alega que no los
atiende como debiera o que los maltrata física o psíquicamente. A menudo estas
mujeres han sido tratadas como niñas a las que el hombre debe educar y
reprimir, y calificadas como incompetentes que no saben criar a sus hijos si no
están permanentemente controladas y autoritariamente guiadas. Al padre varón
le parece imposible que se ocupen bien de los hijos si él no está presente en
el hogar.
El
trasfondo real de estas falsas acusaciones es, como fácilmente puede verse, el
machismo herido del varón. En muchas zonas del interior de nuestro país, por
este motivo, la actitud obstruccionista proviene más de padres que de madres.
Es frecuente que haya sido la mujer quien tomó la iniciativa de separarse, o la
que motivó la reacción del hombre con actos de infidelidad (en 70% de las
veces son las mujeres las que toman la decisión de separarse, según nuestros
estudios y los de otros países). A veces la salida de la mujer es un escape a
una situación de violencia prolongada, física o psicológica. Y el varón
intenta cobrarse esa factura privándola de sus hijos. Muchas de las mujeres
acusadas de “abandonar” a sus hijos en realidad huyeron de la casa y no
pudieron volver a verlos por amenazas a su integridad.
Es por eso
que en estos casos a menudo los hijos conviven con el padre, que se queda en el
ex hogar conyugal. En ocasiones ellos adhieren al discurso paterno (“desde que
mamá anda con otro, ya no es mi madre”). Esto sucede especialmente con los
hijos varones, pero a veces también con las hijas mujeres. Éstos llegan a
negarse a ver a su madre, si ella no vuelve al hogar. De esto trata el punto C
siguiente.
Cuando en
este tipo de familia, los hijos quedan conviviendo con la madre, el problema
suele no ser tan grave. Ella no dificulta el acceso de los hijos al padre.
Simplemente éstos se encuentran en medio de la tormenta y esta situación les
resulta difícil.
Sin
embargo, aun en estos supuestos, pueden darse también situaciones graves. Se
trata de los casos en que los hijos quedan con la madre, pero su misión es
observarla, controlarla y descalificarla en nombre del padre. Aliados con el
padre e imbuidos de su ideología machista, no obedecen ni respetan a la madre.
A veces la madre termina por entregar los hijos al padre, imposibilitada
de ejercer la autoridad frente a la coalición de éstos con el progenitor varón.
En ocasiones ni siquiera se atreve a hacer este gesto, para no ser aún más
descalificada como madre, o el hombre no quiere recibir los chicos: en estas
condiciones, la vida en el hogar materno se torna de una violencia insoportable.
La actitud
del padre puede terminar involucrando al hijo o a la hija, quien se transforma
en activo co-denunciante de una supuesta inconducta materna. Esto se tratará en
el apartado C siguiente.
Más abajo
trataremos el abordaje de todos estos casos. Sólo adelantaremos que la situación
empeora si se interviene consciente o inconscientemente desde una ideología
sexista, que “oficializa” que la mujer es una mala madre. Y empeora aun más
si esta ideología la tiene el primer operador (juez, abogado, psicólogo,
etc.).
En estos
supuestos, la mujer desarrolla habitualmente diversos discursos para convencer
de que es peligroso para el hijo estar con el padre:
§
El
alcoholismo, el consumo de drogas y las malas compañías del padre forman parte
de un repertorio que en algunos casos tiene algo de cierto, pero que no es la
base del problema. Si advierte estas conductas durante la convivencia, la mujer
suele instar al hombre a buscar ayuda. Pero una vez separados tiende a verlas
como insolubles y a impedir de modo definitivo el contacto padre-hijos.
§
Otro
grupo de acusaciones inconsistentes o fruto de la exageración son aquéllas
relacionadas con el incumplimiento del padre con sus deberes: el no pago de la
cuota alimentaria o el hecho de dejar a su hijo en manos de terceros durante sus
horarios de visita.
§
Hay
un último grupo de casos en los cuales la madre acusa abiertamente al padre de
maltrato físico o psíquico y/o abuso sexual con respecto al niño o a la niña.
Naturalmente que la acusación puede ser verdadera y si se comprueba debe dar
lugar a las correspondientes medidas de protección del menor y sanción del
acusado. Reiteramos que estamos hablando aquí de los casos en que la acusación
es falsa. Éstos son graves, porque o bien la madre está actuando con malicia o
con una grave perturbación (Cárdenas, 2000).
El
trasfondo real de estas acusaciones (que en muchas ocasiones, repetimos, son
ciertas en parte, pero insuficientes para explicar y sustentar la posición
materna) es a veces el temor de la madre a perder a su hijo, vista la buena
relación que éste mantiene con su padre. Si bien lo normal es que los niños
pequeños tengan una relación más estrecha con la madre que con el padre, a
veces ocurre al revés y la separación conyugal sume a la madre en el temor de
perder al hijo.
La
popularización de la mal llamada “tenencia compartida” y el creciente
entusiasmo de los padres varones separados por compartir su vida con sus hijos
alarma aún más a muchas madres, que temen perder su tenencia y quedar
marginadas en una sociedad que aun atribuye moralmente a la mujer la tarea de
crianza y de educación de la prole. Por eso en la ciudad de Buenos Aires, por
ejemplo, es por lo general la madre la que adopta una actitud obstruccionista.
En
ocasiones este temor se agiganta si la mujer no tiene suficiente autoestima o si
en el fondo tiene la sensación (generalmente no declarada) de que es una mala
madre. Casi siempre es una buena madre, pero nadie la confirmó en ese rol: ni
su propia madre, con quien a menudo se lleva muy mal, ni mucho menos el ex
marido.
La alarma
de la que hablamos crece también cuando la madre teme que su hijo sea captado
por la nueva mujer del padre (que quizá sea simpática o atractiva para el
hijo). Este miedo es un sentimiento muy generalizado y harto comprensible.
Otro
grupo de casos está estimulado por las facturas que la madre se siente con
derecho a cobrar al padre. Éste puede haber cometido adulterio (a veces real, a
veces sólo en la fantasía de su ex esposa), o haberla maltratado física y/o
psíquicamente. También este resentimiento es normal. Muchas veces influye lo
que Judith Wallerstein llama “el síndrome de Medea”, esto es, el deseo de
venganza de una mujer traicionada y despreciada por su marido, que no vacila en
sacrificar a sus hijos para dañar al otro. [2]
La rabia incrementa el poder de estas mujeres y el tiempo durante el cual logran
alejar al padre de los hijos juega a su favor. En ocasiones ellas siguen
emocionalmente involucradas con su ex pareja, e incluso pueden mantener
relaciones sexuales con ella durante la pelea.
Cuando la
madre acusa falsamente al padre de maltrato físico o psíquico y/o abuso sexual
sucede en algunas ocasiones, lamentablemente, que la forma que la madre tiene de
ver las cosas es fruto de que su mente ha sido captada o severamente presionada
o sesgada por insinuaciones hechas por un profesional del derecho o la salud
mental que con sus preguntas o aseveraciones ha sembrado y alimentado dudas que
pronto se han transformado en falsas certezas. A veces el profesional se
transforma en cómplice de la madre, en una actitud sectaria de corte feminista.
(Las normas para evaluar este tipo de denuncias prescriben que se indague si la
madre o el niño han sido expuestos a campañas de prevención recientemente, o
si asisten a grupos de autoayuda que puedan alentar sospechas de esta índole.)
La actitud
de la madre puede terminar involucrando al hijo o a la hija, quien se transforma
en activo co-denunciante de una supuesta inconducta o abuso paterno. Este punto
se tratará en el punto C que sigue.
Más
adelante hablaremos del abordaje de todos estos casos. Por ahora sólo cabe
adelantar que la situación empeora si se interviene consciente o
inconscientemente desde una ideología feminista, y empeora aun más si esta
ideología la tiene el primer operador (juez, abogado, psicólogo, etc.), quien
puede “oficializar” la sospecha.
C. Cuando las falsas alegaciones son sostenidas también por el hijo, como actor pseudo-independiente
Existen
casos en que la obstaculización del contacto entre un progenitor y el hijo se
basa en una campaña de denigración contra ese padre, que está a cargo del
progenitor alienante y del hijo. Se
basa en razones débiles, absurdas o frívolas, y ni el padre alienante ni el
hijo encuentran cosas buenas en el progenitor al que pretenden alejar del hijo.
Éste, a su vez, juega a ser el “pensador independiente”: aduce que no está
influido por el padre alienante, aunque éste es su soporte reflexivo, dado que
el hijo utiliza ideas, palabras y gestos del progenitor alienante. Ambos actúan
con total ausencia de sentimiento de culpa por la crueldad o la explotación
desarrollada sobre el padre alejado de su hijo. Y muchas veces la animosidad se
extiende a los amigos o a la familia extensa del padre alejado.
Que
nosotros sepamos, en la literatura el primero en describir este fenómeno, al
que llamó “síndrome de alienación parental”, fue Richard Gardner,
alrededor de 1985. Gardner es un médico psiquiatra y terapeuta, experto en
divorcio, que ha intervenido en cientos de casos como experto ante los
tribunales y en otros tantos como terapeuta. Es también profesor de psiquiatría
infantil en la Universidad de Columbia y su producción bibliográfica es muy
extensa.
Últimamente
Gardner ha emprendido una tarea de esclarecimiento con respecto al abuso sexual
infantil, lo que ha puesto en crisis los mitos erigidos por los sectores
feministas en derredor del tema. Esto le ha costado una campaña de desprestigio
iniciada por esos sectores, que son muy poderosos, y continuada por otros que
ignoran el estado “político” de la cuestión.
Resumimos
el pensamiento de Gardner sobre lo
que él llama “síndrome de alienación parental” por la importancia que
tiene en esta materia, aunque como se verá más adelante no estamos de acuerdo
con él en muchas cosas.
Gardner
define el cuadro como un desorden mental que surge primariamente en el contexto
de una disputa por la tenencia de un hijo. Esto merece una observación: en los
Estados Unidos de Norteamérica, donde reside y trabaja Richard Gardner, los
litigios de esa naturaleza son mucho más comunes que en nuestro país. Podemos
suponer fundadamente que entre nosotros Gardner diría que el cuadro se da en el
contexto de un divorcio destructivo. Se define este último como el que tiende a
destruir vínculos dentro del sistema familiar (Albarracín y Berjman, 1991).
La
manifestación primordial del cuadro, según Gardner, es la campaña de
denigración que un hijo hace de un padre; una campaña sin justificación.
Resulta de la combinación de
adoctrinamientos hechos por el otro progenitor destinados a la programación
(“lavado de cerebro”) del hijo, y de la propia contribución del hijo a la
descalificación del padre elegido como víctima. La simple obstaculización del
contacto del otro progenitor con el hijo no basta para constituir el cuadro. Y
por supuesto que cuando hay verdadero abuso o negligencia en el padre con
respecto al hijo, la animosidad de éste contra su padre puede ser justificada:
en este caso no es aplicable el “síndrome de alienación parental” para
explicar la hostilidad del hijo (Gardner, 1998, p. XX).
El cuadro,
según Gardner, es un síndrome que no se encuentra todavía incluido en el DSM
IV, aunque se lo puede definir como una combinación de histeria, paranoia y
psicopatía (Gardner, 1998, cap. 3). Incluye un conjunto de síntomas que, en
los casos moderados y severos aparecen en su casi totalidad o totalmente en el
hijo alejado de su padre, y son los siguientes:
1.
Una
campaña de denigración contra el padre alejado de su hijo, a cargo del
progenitor alienante y del hijo.
2.
Razones
débiles, absurdas o frívolas para esa denigración.
3.
Falta
de ambivalencia. Ni el padre alienante ni el hijo encuentran cosas buenas en el
progenitor alejado del hijo.
4.
El
fenómeno del “pensador independiente”: el hijo aduce que no está influido
por el padre alienante.
5.
Soporte
reflexivo del padre alienante para la posición del hijo en el conflicto
parental.
6.
Ausencia
de sentimiento de culpa en el progenitor alienante y en el hijo por la crueldad
o la explotación desarrollada sobre el padre alejado de su hijo.
7.
La
presencia de escenarios prestados: el hijo utiliza ideas, palabras y gestos del
progenitor alienante.
8.
Extensión
de la animosidad a los amigos o a la familia extensa del padre alejado (Gardner,
1998, p. XXV).
Según
Gardner, el hijo que se encuentra en esta situación tiene un vínculo primario
fuerte con el progenitor alienante y teme que se rompa. Arma un mecanismo
defensivo que transforma en odio el amor por su padre alejado. Se identifica con
el padre alienante, a quien idealiza. Da rienda suelta a su hostilidad y se
coloca y es colocado en un lugar lleno de poder. Las emociones se contagian
entre el progenitor alienante y el hijo. Muchas veces, la rivalidad de género
entre el padre y el hijo varón, o entre la hija mujer y la nueva compañera del
padre, añaden combustible al síndrome (Gardner, 1998, cap. 4).
El
progenitor alienante es en la mayor parte de los casos la madre. Es altamente
probable, según Gardner, que ella esté procurando mantener a toda costa el vínculo
primario que tiene con su hijo. Es posible que tenga serias dudas sobre su
propia capacidad para ser madre, y las proyecte sobre el padre, mientras ella
sobreprotege abiertamente al hijo. Estas dinámicas, concluye Gardner, suceden
también en el caso de que los alienantes son los padres varones. E inclusive en
los supuestos en que son otros parientes, tales como la abuela o (en muchos
menos casos) un abuelo u otras personas como el padrastro o la madrastra.
Aunque
es un aporte importante, el de Gardner puede resultar simplificador. Su valor
reside en haber dado una vívida descripción de un fenómeno que no había sido
antes identificado. Su descripción es particularmente útil para los casos
extremos. Caracterizados por la involucración del niño mediante un discurso
pseudo-independiente, la obstinación casi psicótica de la madre y esa suerte
de folie a deux que se da entre los
dos, no responde a los patrones comunes.
Es
más. Cuando son abordados estos casos como si fueran los usuales, los
procedimientos fallan. Los jueces y los abogados pueden intervenir como si se
tratase de obstinados incumplimientos y no lo son, y los profesionales de la
salud mental también se equivocan operando como si se tratase de los casos
mencionados en los puntos 2 A y B. De ahí que luego se genere la frustración
consiguiente a la impotencia. Gardner puso de relieve que son casos diferentes.
En trabajos anteriores hemos recurrido a teorías psicológicas basadas en sólida
evidencia empírica para explicar los fenómenos involucrados en el divorcio
destructivo. Hemos pasado revista a los factores que dan sustento a la agresión
y el conflicto, al fenómeno del rumor, que puede originar falsas percepciones;
a la formación de actitudes y el cambio actitudinal (Albarracín, 1992). Cabe
citar que son valiosos también otros aportes, como los referidos a la conducta
de acatamiento, mediante la imposición gradual (Seligman, Bush & Kirsch,
1976); al prejuicio, la discriminación y el sexismo (Vander Zanden, 1984).
Todas estas perspectivas ayudan a explicar las complejas interacciones
destructivas. Siendo la concepción de Gardner sólo producto de una intuición
clínica, su utilidad reside en que acierta con una descripción muy específica.
Sin embargo, los operadores deberán tomarla con prudencia, tal como sugieren
las reservas que expresamos a continuación.
La
descripción que hizo y, más aún, la explicación que dio son, a nuestro
juicio, demasiado simples. En primer lugar, son lineales y no contemplan a la
necesaria multicausalidad y circularidad que se da en cualquier fenómeno
humano. Para que ocurra esta “locura” deben concurrir muchos determinantes,
y Gardner no los menciona ni los estudia.
Caratula
el cuadro como un “desorden mental”, entidad que localiza en el hijo. Pero
incurre en contradicciones, porque no separa claramente lo que corresponde a
cada uno y la interacción entre ambos. Jamás menciona la necesaria
concurrencia del padre ni las interacciones que éste comparte con la madre y
con su hijo (no estamos hablando aquí, obviamente, de que el padre cometa el
maltrato o abuso del que habla la madre, porque entonces no habría obstrucción
inmotivada, sino de comisiones u
omisiones del padre que sostienen y refuerzan la “alienación”). No menciona
tampoco Gardner los otros factores que contribuyen al problema (familia extensa,
personas, profesionales e instituciones del sistema macro, etc.).
Esto
nos llevan inclusive a objetar el nombre de “síndrome” que Gardner adjudicó
al fenómeno, como si se tratara de un trastorno individual.
En
ocasiones el Tribunal designa profesionales para efectuar evaluaciones en casos
de obstaculización del contacto entre padres e hijos. A menudo estas
evaluaciones se originan en denuncias judiciales presentadas por el progenitor
que convive con el hijo contra el otro, y el profesional debe dictaminar si son
verdaderas o falsas.
Diversos
autores destacan la necesidad de analizar el contexto en el que surgen las
denuncias de violencia, descuido o abuso sexual, que son frecuentes en los
divorcios destructivos. Si el contexto es fuertemente adversarial, si el que
denuncia tiene hostilidad previa hacia el denunciado o si ha hecho intentos
anteriores de obstaculizar las visitas, es preciso proceder con mucho cuidado
antes de aplicar una medida que resulte destructiva de los vínculos familiares.
Hay evidencia de que en una gran proporción de casos, la excesiva judicialización
de las denuncias redunda en mayor daño para la presunta víctima que su
resolución por otros medios.
Igualmente, hay diversos hallazgos empíricos que indican que las
denuncias de abuso sexual surgidas durante la convivencia de la pareja tienen
mayor probabilidad de resultar veraces que las surgidas en el contexto del
litigio por visitas o tenencia (Schetky & Benedek, 1985; Albarracín, 2000).
La cualidad destructiva del divorcio entraña entre otros indicadores la exclusión
de personas, específicamente de uno de los progenitores y sus allegados (Albarracín,
Berjman y Albarracín, 1991). No debe pues tomarse ingenuamente una denuncia en
tales circunstancias, dado que puede estar al servicio de obstaculizar de manera
definitiva los contactos parento-filiales, cuando otros recursos han fallado.
Las medidas solicitadas en estos casos por el denunciante, apoyadas
frecuentemente por los equipos de profesionales de salud mental, consisten en
suspender las visitas, hasta tanto se complete la evaluación, y a menudo la
prohibición de todo contacto entre el denunciado y la presunta víctima,
personal, telefónico o postal. Aun se logra la prohibición del contacto del
denunciado con escuela, psicólogos y médicos. Ahora bien, no se tiene en
cuenta que:
§
La evaluación, contra todas las
normas del arte, suele demandar en nuestro medio meses y hasta años, y por lo
general no incluye al denunciado;
§
El argumento de los equipos
profesionales para recomendar la supresión de contactos es el de evitar
presiones del denunciado sobre la presunta víctima, pero, inexplicablemente, se
desdeñan las presiones que provienen del bando del denunciante, que pueden
consistir en franco entrenamiento, amenazas, inducción de culpa en el niño y
sugestivos interrogatorios de profesionales; y
§
Mientras se mantiene la suspensión
de visitas, se deteriora irremediablemente la relación entre el niño y el
denunciado, y se desarrolla el temor y el rechazo de tal modo que suele ser
irrecuperable.
En cualquier caso, la denuncia debe ser encarada por los profesionales
con un estudio previo de los antecedentes, para luego evaluar individual e
interaccionalmente al grupo familiar. Pero mientras esto ocurre, la adopción de
medidas precautorias debe ponderarse en función de su costo-beneficio. Algunas
alternativas como éstas deben considerarse:
§
¿Pueden mantenerse visitas con el
denunciado, asistidas o no, por un breve lapso, mientras se sustancia la
evaluación?
§
¿Conviene emplazar al niño, por un
lapso breve, en un hogar transitorio, para librarlo de previsibles presiones de
ambos lados?
§
¿Pueden los equipos profesionales
comprometerse a una definición a corto plazo sin sacrificar la calidad de su
trabajo, e incluso mejorándola?
§
¿Debe separarse al niño de uno o
ambos progenitores por tiempo indefinido, si la gravedad del caso lo justifica?
Y en tal caso,
§
¿Conviene suspender las visitas de
uno o de ambos, y por cuánto tiempo?
Como
éstas, pueden formularse otras alternativas, que deben estar abiertas en la
mente de los jueces y de los equipos profesionales.
El modelo de abordaje
terapéutico de red ha demostrado ser más eficaz que las terapias
convencionales en la abreviación de los conflictos, en la disminución de síntomas
de adultos y niños y en la ocurrencia de nuevos incidentes policiales y
judiciales (Albarracín, Berjman y Albarracín, 1992). Tal modelo involucra a
todas las personas relevantes, sin excluir a los que han sido acusados de alguna
forma de violencia. Algunas de las técnicas que emplea se describen a
continuación.
Estudio de las actuaciones judiciales y de toda otra documentación (como informes médicos, psicológicos o escolares)
Esto permite apreciar el grado de hostilidad empleada
en el conflicto y la disposición de las partes a cumplir con los acuerdos y con
las resoluciones del Tribunal. En muchos casos los protagonistas del conflicto
no tienen noción de la repercusión que sus conductas o escritos tienen sobre
la contraparte, y en otros ni siquiera recuerdan el contenido de los escritos
presentados. Este análisis puede determinar que se destine la primera etapa de
la intervención a la revisión de las actuaciones junto con las partes para que
reflexionen sobre el grado de agresividad, exageración o falsedad de cada uno.
Contactos
telefónicos y/o personales con los progenitores
Se
establecen a fin de evaluar sus expectativas y grado de cooperación. Además,
con los profesionales (letrados, psicólogos) para apreciar su objetividad y su
actitud hacia el trabajo en red.
La
evaluación del conflicto
Iniciada
la intervención, se explora con cada miembro de la familia la historia familiar
e individual, la historia de la pareja, los antecedentes de violencia o abuso,
la dimensión del apoyo social con que cuentan los adultos, eventuales
trastornos en su sexualidad, los trastornos de personalidad, la presencia de
psicopatología grave, el grado de mentira o simulación , el grado de conflicto
interpersonal y la habilidad parental de cada progenitor. En esta tarea se
emplean con frecuencia instrumentos psicológicos específicos, preferentemente
aquéllos que cuenten con métodos de valoración cuantitativos, que los ponen a
salvo de la subjetividad del evaluador.
Reparar
la trama familiar dañada
Si
de la evaluación surge que se trató de una falsa denuncia, se impone reparar
cuánto antes las lesiones sufridas por la estructura familiar. Cuando la
interrupción de los contactos entre los hijos y el acusado ha sido prolongada,
los niños suelen resistirse a verlo. Su resistencia se apoya en:
§
El temor a ser secuestrados,
generalmente infundido por el denunciante;
§
El temor a la revancha del denunciado
cuando han sido inducidos a mentir;
§
El temor a haber dañado sin remedio
su relación con el acusado.
La
iniciación inmediata de los encuentros es el mejor remedio para este tipo de
“fobias”, porque permite una constatación directa de la realidad.
Generalmente estos encuentros se inician en un ámbito terapéutico, pero rápidamente
pueden organizarse salidas que faciliten la espontaneidad y la intimidad de la
relación. El progenitor que debe encarar la reanudación de contactos con su
prole es entrenado para evitar toda confrontación con los niños y para
demostrar con hechos que no guarda rencor y no corren peligro.
Reanudar
el diálogo entre los progenitores
La llave del proceso de revinculación ha demostrado
ser mantener al menos un encuentro inicial entre los progenitores. Si se logra
que dicho encuentro se desarrolle con respeto y un mínimo de conducta
cooperativa, se convierte para los niños en la señal de que pueden retomar su
relación con el progenitor alienado. No hay mejor aprendizaje que el que
proporciona la exposición a un modelo de relación constructiva, que deben
ofrecer los padres. Los profesionales deben ocuparse de que los niños se
enteren de que tal encuentro se ha celebrado, aunque se recomienda a los padres
que no les informen sobre su contenido. Sólo se les prescribe informar que de
ahora en más van a mantenerse comunicados. Recursos como establecer una
comunicación informativa breve entre los padres (de unos 15 minutos), con
frecuencia semanal, con día y hora fijos, suelen ser una forma accesible de
iniciar el diálogo entre ellos. Los niños deben saber que esto sucede, pero no
escuchar tal conversación. Los temas a informar deben ser exclusivamente
relacionados con los hijos. La brevedad de la comunicación pone a cubierto de
que se generen controversias, y proporciona un pequeño punto de contacto no
conflictivo entre los padres.
Proporcionarles
apoyo
La revinculación requiere constante apoyo para cada
progenitor por separado, porque es necesario aventar temores y corregir
distorsiones que pongan en peligro el proceso. La recuperación gradual de la
confianza es el objetivo principal, porque es la que asegurará la fluidez de la
relación de los niños con ambas familias. El establecer pequeños compromisos
y supervisar su cumplimiento es parte de este proceso de cambio cognitivo
respecto del otro. Si hasta ahora se temía “lo peor” de él, debe demostrar
con sus actos que puede ser confiable.
Mantener
activa la red
Si a la vez se mantiene informados a los letrados -
que incluso pueden ser convocados a algunas sesiones - y si se incluye estratégicamente
a los allegados más influyentes, se asegura una estructura de sostén para el
proceso, capaz de resistir la amenaza de nuevas sospechas y malentendidos. Es
decisivo que dicha estructura se integre con el Tribunal, que debe recibir de
parte del equipo profesional información y recomendaciones frecuentes y
responder con agilidad para que se cumpla el plan. Cualquier incongruencia o
vacilación de parte del Tribunal será interpretada por las partes como
manifestación de dudas sobre lo que se está haciendo, y puede conducir al
fracaso.
La
intervención de la red debe ser promovida, naturalmente, a partir de los
padres. Pero también la intervención de la familia extensa es importante. Como
ejemplo, el ex marido o una persona de suma importancia en su familia (el abuelo
o la abuela paterna, o algún otro) puede calmar la incertidumbre de la madre,
sea respecto de su autoestima, su rol o su futuro, reconociendo a la vez sus méritos
y abriendo una instancia de negociación. A veces es útil que este contacto no
se realice inicialmente con la madre sino con otro miembro importante de la
familia de ella, tendiendo sobre ambos negociadores un techo de protección. La
organización de estos contactos puede estar a cargo de un juez, de un abogado o
de un operador psicosocial.
Son
útiles asimismo las intervenciones en red con amigos y parientes que gocen de
la confianza y en lo posible tengan una ganada autoridad moral sobre el
progenitor alienante. Muchas veces, mientras el proceso judicial se desenvuelve,
las conversaciones entre los abuelos son de óptimo resultado.
Esto
debe complementarse con la comprensión de cuál es la dinámica interpersonal
subyacente y operar sobre ella. Si el progenitor alienante teme la presencia de
la nueva mujer del padre, quizás su presencia pueda ser evitada por un tiempo.
Si lo que odia es que su hijo se encuentre con su abuela paterna, tal vez sea
bueno asegurarle que por un plazo esto no sucederá. Y si entre los progenitores
existe alguna otra cuestión pendiente, como por ejemplo una diferencia grave en
la división de los bienes, es imprescindible arreglarla porque a menudo este
conflicto es la causa oculta de la inclinación a alejar al otro padre.
El
juez o el abogado pueden orientar a las partes hacia este tipo de soluciones.
También puede hacerlo un operador psicosocial.
Los
adultos a cargo
Como
se ve, se trata de crear una superestructura de comunicación que proteja la
libertad de los niños, garantizando que en adelante serán los adultos los que
resolverán los problemas y ellos podrán despreocuparse y expresar sus
sentimientos sin temor.
Contenido
de los encuentros padres-hijos
Si
la evaluación inicial lo aconseja, porque no se han confirmado las denuncias,
la revinculación debe encarar cuanto antes encuentros entre los hijos y ambos
progenitores. Con el progenitor “alienante” – por lo general la madre -
las entrevistas focalizarán en primer lugar la aclaración de
“malentendidos”: si los niños le mintieron en alguna de sus versiones, será
el momento de que se rectifiquen. Si la madre dio un sentido erróneo a alguno
de sus dichos, podrán corregirlo. Si nunca dijeron lo que la madre dice que
dijeron, y se constató previamente en una entrevista investigativa con el niño,
se los interrogará en presencia de la madre, para que ésta compruebe que la
versión infantil no contiene datos sobre negligencia, maltrato o abuso.
Con
el progenitor alienado - generalmente el padre - los niños podrán exponer sus
reclamos, que con frecuencia los hay, y sus temores (usualmente el de ser
“secuestrados” o el de que tome revancha con la madre). Si existieron
versiones de los niños sobre maltrato o abuso, podrán repetirlas ante el padre
en un marco de protección, y analizar los hechos con tranquilidad, ya que nada
tienen que temer. El padre estará preparado para aceptar la versión infantil
sin desmentirla ni polemizar, pero colaborando en lograr precisiones de tiempo y
lugar. Generalmente las versiones de los niños tienen un núcleo de verdad, que
el padre deberá admitir, y se despejará de toda exageración o distorsión,
agregada en el recuerdo de los niños a través de los años y las repeticiones
(como ejemplo, citamos el de niños que afirman “nos pegabas cuando estábamos
en la cuna”, cuando no tienen recuerdo de que el padre les haya puesto la mano
encima en toda su vida; o el de niñas que aseguran que su padre “las tocó”
en presencia de una trabajadora social que supervisaba el régimen de visitas).
La
obstaculización, como cualquier otro fenómeno humano, reconoce grados y
variaciones. Pensamos que es útil clasificar los casos en leves, moderados y
severos. Pero es bueno saber que en esta materia el tiempo por lo general no
mejora las cosas sino que las cronifica o empeora. Así, un caso leve o moderado
puede pasar a ser severo en muy poco tiempo. Esto se explica si se tiene en
cuenta que ese tiempo es utilizado por el progenitor alienante para programar la
cabeza del hijo, y mientras tanto el progenitor alejado puede estar sin contacto
con el hijo.
Casos leves
Son
aquéllos en que la campaña de denigración del otro padre apenas si ha
comenzado y es mínima, el hijo todavía no ha hecho propia la causa del
alejamiento paterno, y los lazos que lo unen a ambos progenitores son buenos y
saludables. El progenitor a quien se trata de alejar todavía está en contacto
con el hijo y la conducta de éste durante el tiempo en que está con ese padre
es buena.
Pero
hay signos de que se trata de alejarlo. La madre se está por mudar
inmotivadamente a un lugar alejado, o cambia al chico a un colegio donde el
padre ya no puede llevarlo, o comienza a hacer circular rumores de malestar en
el hijo cuando vuelve de estar con el padre, o comienza a interrogar al hijo
detenidamente sobre supuestos estados de angustia en la casa paterna, o
cualquier otro mensaje verbal o no verbal de esta índole. El niño no habla mal
del padre, pero comienza a estar reticente con él, proclive a mentir y a no
mostrar el disfrute mientras están juntos.
Estos
casos, tomados a tiempo, son de muy buen pronóstico.
Basta
muchas veces con que un juez, con energía, disponga que la tenencia
oficialmente la detente el progenitor alienante (por lo general la madre), salvo
que haya alguna circunstancia grave que lo impida, y fije un régimen de
encuentros a favor del otro progenitor. Casi siempre estas medidas bastan para
tranquilizar a la madre de que el hijo no le será quitado y con ello la
obstaculización desaparece para siempre (Gardner, 1998).
Por
lo general en estos casos, según nuestra experiencia, no es necesaria terapia,
y sí es bueno en cambio que intervenga un mediador o un juez o un abogado con
sabiduría negociadora para ayudar a los padres a solucionar el tema. Son útiles
las indicaciones dadas en este mismo punto sobre el trabajo en red.
Casos moderados
Son aquéllos en que las dificultades
son más fuertes. La campaña de denigración es intensa y el niño ha comenzado
a hablar pretendidamente por sí mismo. Además, cuando está con el progenitor
alejado, su conducta es provocativa y antagónica, aún cuando básicamente su vínculo
es bueno y saludable con ambos padres.
En
estos casos la autoridad de los jueces debe ser expuesta con más energía que
en los leves, ya que se corre el riesgo de que con prontitud el daño se
transforme en irreparable. Así, en la mayor parte de los casos se asegurará a
la madre la tenencia del hijo y sólo se fijará a favor del padre un régimen
de visitas, pero los apercibimientos y sanciones para el caso de incumplimiento
deben ser puestos a la vista: multas, servicios comunitarios (si se está en el
fuero penal), e incluso arrestos domiciliarios o en algún establecimiento
cerrado por uno o dos días, tal como lo permiten las leyes que organizan la
justicia para los casos de desobediencia y falta de respeto a los jueces o a sus
disposiciones (Gardner, 1998).
A
la autoridad de los jueces debe sumarse un diálogo familiar bien encarado
(entre los protagonistas directos del conflicto o entre parientes que tengan en
la familia más autoridad que ellos) y la resolución de los otros problemas
que, se sospeche, pueden originar o avivar la tendencia al alejamiento de un
progenitor. Son útiles asimismo las intervenciones en red como las señaladas más
arriba.
Ahora
bien, si todas estas medidas llevadas en forma conjunta no dan resultado en un
plazo razonablemente breve, debe considerarse que el caso es severo y tratarlo
como tal.
Casos severos
Son aquéllos que presentan todas las
características dañinas en grado superlativo. Los hijos no visitan a sus
padres alejados; además hablan de ellos como si fueran adultos y con un
resentimiento inmotivado. No se cuidan de lo que dicen, y lo dicen delante de
cualquiera, aunque se trate de una autoridad como la judicial. El vínculo que
los une al progenitor alienante es simbiótico, paranoide y a veces parece una folie
a deux. Un niño puede llegar a calificar a su madre de “prostituta”
delante del juez, por el solo hecho de haberse retirado del hogar. Un padre
puede ser calificado de “abusador” simplemente porque el hijo dice no
divertirse cuando está con él los fines de semana.
Muchas
veces sucede en los casos severos que el progenitor alienante se traslada de
ciudad, de jurisdicción o de país, sin dejar rastro. En ocasiones retira al niño
de la escuela y los priva de educación formal o los cambia de colegio sin que
se sepa a cuál.
Son
muchos también los supuestos en que el progenitor alienante, ante la presión
de la justicia en el sentido de que su hijo se comunique con el otro padre, o
previendo dicha presión, formula contra él denuncias infundadas de maltrato o
abuso sexual. A menudo con sus preguntas inductivas logra que sea el mismo niño
o niña el que formule la denuncia.
Es
este otro momento en que profesionales con una óptica sesgada y desconocimiento
de la existencia del fenómeno pueden realizar intervenciones iatrogénicas.
Creen en la denuncia del niño o de su madre y la validan (esto es, aconsejan al
juez tenerla por cierta en base a ciertas pautas muy cuestionables). El
resultado es que los jueces, asustados, interrumpen oficialmente el régimen de
encuentros entre padre e hijo. Después de muchos meses o años, cuando se
descubre que nada sucedió, ya es tarde (Cárdenas, 2000).
Son
casos muy graves, por fortuna poco numerosos.
Cuanto
más fantasiosas y delirantes sean las versiones que vienen sosteniendo los niños,
más necesario es confrontarlos sin demora con el padre real. Como veremos, esto
no se logra en tales casos sin separar previamente al niño del progenitor que
viene alentándolo a sostenerlas. Cuando han desarrollado una verdadera fobia,
impregnada de elementos persecutorios tales como que el padre los espía, se
disfraza para seguirlos, soborna a todos los profesionales que dicen que no hubo
abuso, hace brujerías y tiene poderes ilimitados para dañarlos, se impone
tomar medidas enérgicas que faciliten un abordaje cognitivo-conductual que
ayude a enfrentar gradualmente el objeto de la fobia. Los cambios cognitivos
producidos por la percepción del padre real, producen rápidamente cambios
positivos en la conducta (Beck, 1970; Kendall & Norton – Ford, 1982). Si
hasta el momento el estilo de afrontamiento del problema ha sido la fuga, y el
niño ha sufrido un alto grado de estrés, el desarrollo de recursos cognitivos
de afrontamiento, sobre todo los basados en “centrarse en el problema” (Lazarus
y Folkman, 1986) aseguran mejores resultados adaptativos.
Algunos
niños producen crisis histéricas con amenazas de llevar a cabo conductas
autodestructivas. Esto paraliza al Tribunal y a los profesionales, que pueden
demorar el inicio de la revinculación a la espera de los hipotéticos
“tiempos de los niños”. No son los niños los que deben determinar los
plazos para recuperar al padre que perdieron, porque sería dejar en sus manos
una decisión cuyas consecuencias no pueden predecir. Es la firme determinación
de un conjunto de adultos responsables, que conoce las secuelas de la disrupción
familiar, la que debe prevalecer. Si actúan con decisión, los niños se verán
inmediatamente aliviados del peso que soportaban, y con sorprendente rapidez
reanudarán la relación sin reparos.
Como
dijimos, en los casos severos usualmente estos abordajes no puede iniciarse si
antes desde el sistema legal no se toman medidas en forma rápida y firme. La
tenencia debe ser adjudicada al progenitor alejado o, en caso de que esto sea
imposible porque ya existe entre él y el hijo un antagonismo invencible, a otro
pariente que no lo sea de parte del progenitor alienante. Si esto último también
es imposible, debe buscarse una institución donde alojar al hijo. Desde que se
efectúe el cambio de guarda, el niño no debe tener comunicación con el
progenitor alienante y es bueno que durante un tiempo éste ignore el domicilio
donde está viviendo su hijo (Gardner, 1998).
Esto
parecerá duro pero es cierto. La larga e intensa experiencia de los autores de
este trabajo les dan la certeza de lo que afirman. Si en un caso de
obstaculización severo, con el hijo involucrado en forma pseudo-independiente,
no se reacciona del modo indicado, el transcurso del tiempo irá cronificando la
situación y dejando al niño en gran riesgo para su crecimiento. No existen
soluciones intermedias en estos casos. En los Estados Unidos de América muchos
estados han legislado que detentará la tenencia de un hijo el progenitor que más
facilidades brinde al otro para que el hijo se contacte con él. De hecho, están
anticipando un cambio de tenencia para un caso de obstaculización severo.
Una
vez hecho el cambio de tenencia, tendrá que pasar un período razonable durante
el cual, terapias mediante, la relación entre los miembros de la familia vaya
cambiando. Hasta que esto se produzca, todo encuentro entre el hijo y el
progenitor alienante está contraindicado. Los encuentros posteriores a la
evaluación de cambio, deberán ser supervisados por un profesional idóneo con
conocimiento de este tipo de casos.
Más
adelante debe propenderse, obviamente, hacia un acuerdo entre las partes, para
lo cual el juez, el abogado o el operador psicosocial pueden usar las
sugerencias hechas en este mismo punto.
4. Cuando el matrato/abuso ocurrió
Aunque
no es el objeto de este trabajo, cabe afirmar que, confirmado el maltrato/abuso,
la reparación del daño producido por el incidente es prioridad en las
recomendaciones. La víctima merece que en adelante, el perpetrador haga todo lo
que esté a su alcance para reducir las consecuencias de su acción. Esto
comprende seguir ocupándose de sus necesidades materiales, admitir su
responsabilidad para aliviarla de culpa y vergüenza, aceptar las sanciones que
se le impongan y demostrar su arrepentimiento sincero a través de diversos
gestos. El abusador debe recibir información sobre las secuelas de esta
experiencia infantil, y alcanzar, en lo posible, una noción de la destrucción
de vínculos familiares que ocasionó. No debe permitirse que eluda su
responsabilidad sobre los demás hijos, ni que minimice el daño que les causó.
El perpetrador debe saber con claridad qué se espera de él, y en qué dirección
progresará la reparación que debe a su familia. No es derivándolo a una
terapia individual, en la que se eternice en un mea
culpa improductivo, que se ayuda a la familia. Debe incorporárselo al
trabajo que se realiza con la familia, aún cuando nunca se vuelvan a ver. Los
niños se benefician por el mero hecho de saber que no rondará su casa o su
escuela como un marginal, porque reciben noticias sobre su vida y pueden
enviarle mensajes, aún los cargados de reproches.
En
los casos de negligencia o abuso físico, la terapia de rehabilitación familiar
evoluciona a través de una revinculación supervisada del culpable con los niños,
que progresa a través de metas accesibles y pautadas. La educación de los
padres y la activación de recursos de apoyo y control social son parte decisiva
de este tipo de tratamiento.
En
los de abuso sexual confirmado, el abusador puede mantener contactos limitados
con la familia, de acuerdo a lo que ésta tolere, y mantenerse informado sobre
la evolución de sus hijos. En ningún caso son la evitación y la negación los
mecanismos de mejor pronóstico para las víctimas.
5. Conclusiones
a.
El paradigma de padres separados según
el cual la madre se ocupaba casi en exclusiva de la crianza y educación del
hijo y detentaba su guarda y patria potestad, y el padre aportaba los
“alimentos”, cumplía con las “visitas” y “supervisaba” la tarea de
la madre (familia nuclear incompleta),
ha caducado por ineficaz.
b.
Actualmente construimos con mejores
resultados un nuevo paradigma en que los dos progenitores separados son
responsables de la crianza y educación del hijo (patria potestad compartida), en dos hogares diferentes que, ambos,
lo son también del hijo (familia
binuclear). Este paradigma encuentra una de sus más severos obstáculos en
la obstrucción que un progenitor hace del acceso del otro al hijo.
c.
Existen falsas alegaciones que
sustentan típicamente esa obstrucción, y son diferentes cuando son producidas
por la madre de cuando lo son por el padre. Estas falsas alegaciones responden a
una dinámica psicosocial subyacente, que también es diferente en ambos casos.
d.
Los operadores psicológicos y legales
muchas veces ayudan a que esta obstaculización se produzca o se afirme, si no
están entrenados en este tipo de fenómenos o sustentan una ideología sexista
(machista o feminista) que sesga su visión.
e.
Dentro de los casos de obstaculización
del contacto del hijo con el otro padre se encuentran aquéllos en que el hijo,
sin razones valederas, colabora activa y pseudo-independientemente a evitar toda
comunicación con su progenitor. Estos casos tienen características especiales
que los distinguen de los demás y ocurren usualmente en el contexto de una
separación destructiva.
f.
Los profesionales que evalúan estos
casos por orden del Tribunal deben conocer ciertas características de los
mismos y tener la suficiente información contextual, para no dañar con
observaciones y conclusiones ingenuas.
g.
En cuanto a la intervención terapéutica
en los casos de obstrucción de contactos parento-filiales, tanto desde la
perspectiva técnica como desde la ética de los profesionales, lo indicado es
contextualizar el problema, dado que la falta de información suficiente puede
derivar en groseros errores de evaluación y tratamiento.
h.
Activar la red de personas e
instituciones capaz de operar la reducción de la violencia es el abordaje que
ha demostrado mayor eficacia. No es la derivación de toda la familia a
tratamientos individuales la indicación correcta en estos casos, sino el
abordaje de red breve, con objetivos y plazos claros.
i.
Las técnicas enunciadas no agotan
todos los recursos a utilizar, sólo subrayan la necesidad de devolver la
responsabilidad a los adultos y de reanudar sin demora los contactos
interrumpidos, para prevenir daños mayores. El establecimiento de metas
accesibles y comprensibles para la familia, las intervenciones de tipo educativo
y las que tienden a intensificar el apoyo y el control social son recursos
privilegiados en este tipo de abordaje. Sólo la familia puede reparar el daño
que ha sufrido en el curso de un litigio.
j.
Los casos en que el hijo colabora
activa y pseudo-independientemente para evitar todo contacto con uno de sus
progenitores pueden ser leves, moderados o severos, y usualmente empeoran rápidamente
con el transcurso del tiempo. Es importante que el diagnóstico y la intervención
se hagan velozmente y con conocimiento del tema.
k.
El abordaje jurídico y psicosocial de
estos casos difiere de acuerdo con su intensidad.
l.
En los casos severos la dureza de las
medidas a tomar sorprende a los operadores que desconocen la existencia de estos
casos como atípicos y procuran resolverlos con medidas que sólo son útiles en
otro tipo de supuestos.
m.
Aunque no es el objeto del presente
trabajo, cabe afirmar que, confirmado el maltrato/abuso, la reparación del daño
producido por el incidente es también prioridad en las recomendaciones. Nunca
se debe desresponsabilizar al maltratador/abusador con respecto al destino de su
hijo. Debe tenderse a una revinculación progresiva y a veces limitada entre
progenitor y damnificado, siempre que el menor no sea expuesto. En ningún caso
son la evitación y la negación los mecanismos de mejor pronóstico para las víctimas.
Albarracín,
M., Berjman, M. y Albarracín D. (1991) Proceso destructivo de exclusión en el
divorcio. Bs.As., La Ley, 6 de junio.
Albarracín
M., Berjman M. y Albarracín D. (1992) Intervención Ecológica en el
Divorcio Destructivo. Informe Final al CONICET.
Albarracín,
M. (2000) Denuncias de abuso sexual: falsedad y veracidad. Bs.As., La Ley, 12 de octubre.
Beck, A. T. (1970) Cognitive Therapy: Nature and
relations to behavior therapy. Behavior
Therapy, I,
184-200.
Cárdenas, Eduardo José
(2000), El abuso de la denuncia de abuso, Buenos Aires, La Ley, 15 de
septiembre.
Gardner, Richard A. M.D., (1998), The Parental
Alienation Syndrome. A Guide por Mental Health and Legal Professionals.
Second Edition. Creative Therapeutics, Inc. New Jersey, U.S.A.
Kendall, P.C. & Norton-Ford, J.D. (1982) Clinical
Psychology. N.Y., John Wiley & Sons.
Lazarus,
R.S. y Folkman, S.(1985) Estrés y procesos cognitivos. Madrid, Martínez Roca.
Schetky B. H. & Benedek, E. P. (1985) Emerging
Issues in Child Psychiatry and Law. New York, Brunel-Mazel.
[1] Eduardo José Cárdenas fue durante veinte años juez civil en la ciudad de Buenos Aires, en los últimos diez dedicado exclusivamente a asuntos de familia. Actualmente es abogado consultor en asuntos de familia y mediador familiar. Es fundador y asesor de la Fundación Retoño, dedicada al crecimiento de los hijos de las familias en crisis.
Marta Albarracín ha sido profesora de Evaluación Psicológica y de Psicología Forense en varias universidades. Dirige dos proyectos de investigación del CONICET sobre maltrato y abuso infantil, y preside la Fundación Ecosistemas Humanos.
..
[2]
Comunicación personal. Según Judith Wallerstein, este síndrome (que,
obvio es decirlo, no aparece sino en algunas mujeres traicionadas, no en la
mayoría) no tiene cura. Judith Wallerstein es una de las principales
investigadoras en materia de divorcio en Estados Unidos de América. Además
de numerosísimos artículos, Judith Wallerstein es autora, junto a J.B.
Kelly, de Surviving the Breakup: How Children and Parents Cope with Divorce.
New York, 1980, Basic
Books, Inc. Y con S. Blakeslee publicó Second Chances, New York, 1989,
Ticknor & Fields.
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APADESHI