Asociación de Padres Alejados de sus hijos
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Denuncias
de abuso sexual: Falsedad y Veracidad
Lic.
Marta D. de Albarracín
Aproximadamente un 10 % de los casos de familia derivados a este servicio
consultan por una denuncia de abuso sexual.
De ellos, la mayoría proviene de la Justicia, y un pequeño número
acude espontáneamente o a sugerencia de otra institución (escuela, hogar).
En momentos en que ha aumentado notablemente la difusión de información
sobre el fenómeno del abuso, las consultas también se incrementan en todos los
servicios. Los autores
especializados interpretan este incremento como resultado de dicha difusión, y
de la existencia de mayor número de centros y equipos especializados en el
tema, cuya acción es conocida por
la población. En 1996 el
Consejo de Abuso y Negligencia Infantil de USA denunciaba el fenómeno como
emergencia nacional, y en sucesivos reportes recomendaba a cada comunidad y a
cada nivel de gobierno debatir y trazar políticas de protección
(Krugman, 1996), reportes que según el autor, fueron ignorados.
Entre 1986 y 1993, el número de niños seriamente maltratados se duplicó,
de 1,4 millones a 2,8 millones, según el Tercer Estudio Nacional de Incidencia
de Abuso y Negligencia de Niños (NIS-3, Sedlak & Broadhurst, 1996).
En nuestro país no cabe explicar el aumento de la demanda como resultado
del incremento de los casos, lo que sería de todos modos
incomprobable dada la
carencia de datos epidemiológicos en las últimas décadas y aún al presente.
Tampoco como resultado de políticas orgánicas, que no existen.
Mc Devitt (1996) analiza las causas de la explosión social de informes
de victimización infantil en EEUU y la influencia recíproca de los medios y de
los reportes de los servicios de maltrato. Reconoce el aumento de ambos en los
últimos 25 años, y lo atribuye a las políticas implementadas, pero también
atribuye una porción del incremento de denuncias a los vuelcos de la economía
y a otros fenómenos sociales emergentes. Estudios
locales recientes (Albarracín, 2000), informan que un 7 % de las mujeres
adultas de clase media baja y baja, admite haber sido abusada sexualmente en su
infancia, y un 17 % haber sufrido maltrato físico. El mismo estudio,
sobre una muestra de más de
200 madres, informa que un 68,7 % de ellas aplica castigos físicos a niños de
una edad promedio de 4,8 años. Estos
datos sugieren la real prevalencia
del fenómeno de la victimización en nuestro medio.
La
tarea de este servicio es particularmente difícil porque no es un servicio público,
incluido dentro de un hospital. En
los hospitales, suelen ser los pediatras los primeros en derivar al Servicio de
Maltrato, generalmente a las madres
que acuden movidas por sospechas
sobre alguna situación abusiva o por consultas de rutina.
Allí se indaga y se confirma o descarta tal sospecha, en base al examen
médico, a las versiones de las
madres y a las entrevistas con los niños. En nuestro caso, son muy pocas las
consultas espontáneas: la mayoría
pasó ya por el tribunal, que generalmente los derivó antes a un servicio público
(dada la restricción que obliga a los jueces a designar sólo los servicios de
ese tipo). Estos consultantes han atravesado por lo tanto diversas instancias, y
sólo cuando el juez duda del diagnóstico formulado por el servicio que
intervino, o cuando no se ha llegado a ningún diagnóstico concluyente, decide
que nuestro servicio, considerado de alta especialización,
haga una
nueva evaluación.
Etiología
del abuso sexual
La
evaluación debe considerar los múltiples determinantes del fenómeno.
La literatura especializada reciente identifica determinantes históricos
y sociales, otros situacionales, y finalmente los individuales, referidos a
patologías de los adultos o a características del niño.
Los modelos de abordaje de probada eficacia son los que focalizan simultáneamente
tanto en los determinantes contextuales que dan origen al fenómeno del abuso,
como en las particulares condiciones de la interacción entre el niño y sus
cuidadores. Desde la contribución decisiva de Bronfenbrenner (1979) la
victimización infantil es reconocida como una resultante de una gran variedad
de factores que operan a través de procesos transaccionales correspondientes a
varios niveles de análisis (Belsky, 1993).
Cuando ocurre, es resultado del disbalance entre factores estresores y
factores compensatorios (Cicchetti & Carlson, 1989; Albarracín, 1997).
No sólo no existe una causa simple de la victimización, sino que
tampoco hay causas necesarias ni suficientes.
Se trata de múltiples mediaciones e interacciones entre innumerables de
factores.
Si
bien el abuso físico y la negligencia no constituyen en general formas puras de
victimización, el abuso sexual es tratado en cambio como un fenómeno más
diferenciado. Todos pueden sin
embargo coexistir. En un estudio en
curso (Albarracín, 2000), se han
considerado tres series de determinantes para detectar la incidencia de abuso
sexual en una muestra de nuestra población tomada en el Servicio de Pediatría
del Hospital Donato Álvarez, de la ciudad de Buenos Aires.
Junto con otras formas de victimización, el abuso sexual comparte varios
determinantes ambientales, como la pobreza material y social, el desempleo y el
hacinamiento. Otro grupo de
determinantes proviene de las condiciones familiares, tales como discordia,
soledad, ausencia de controles y de normas sociales.
El tercero, se refiere a características de las personas y de su
interacción, tales como dificultades para mantener sexo con adultos, falta de
interiorización de normas, insatisfacción sexual en la pareja y abuso de
substancias. Diversos estudios ( Coulborn
Faller, 1993; Benedek & Schetky, 1985) diferencian el grupo de las denuncias
de abuso sexual intrafamiliar,
ocurridas durante la convivencia de la pareja, de aquéllas producidas
pos-divorcio/ separación, cuando subsisten litigios por visitas o tenencia.
Coinciden en constatar que el mayor número de falsas denuncias
corresponde a éste último grupo. Considérese
además que un gran número de episodios de abuso, en particular los ocurridos
con niños menores de 5 años, no dejan huellas físicas en la víctima, y en
consecuencia el diagnóstico debe basarse en testimonios y exámenes psicológicos.
Determinar la veracidad de las denuncias es en estos casos una compleja
tarea que debe abarcar la evaluación del fenómeno en todos sus niveles de análisis.
La experiencia indica que las intervenciones son extremadamente difíciles,
e implican un alerta particular para los profesionales, cuando:
(1)
La familia está envuelta en un litigio previo, por divorcio, visitas o
tenencia, que generalmente incluye reclamos patrimoniales.
(2)
Los contactos entre el acusado (generalmente el padre) y los niños, se han
interrumpido hasta que se decida si existe riesgo.
Dicha interrupción se extiende desde pocos días a 4 años y más, con
el consiguiente deterioro en el vínculo.
(3)
Generalmente han intervenido uno o
más psicólogos o psiquiatras antes, que han diagnosticado abuso en base a
datos insuficientes, o que no se han pronunciado. Estos profesionales,
pertenecientes a servicios públicos,
tienen un sesgo decididamente a favor
del denunciante, hasta tal punto que la mayoría de las veces se han negado a
entrevistar al denunciado y a otros familiares que no acuerdan con la sospecha
de abuso.
(4)
Los niños han sido interrogados reiteradamente, por la familia, jueces y
profesionales, y se ignora hasta qué punto esos
interrogatorios han sido sugestivos.
Las versiones originarias se
han deteriorado o bien se han implantado falsos recuerdos.
(5)
No existen pruebas físicas del presunto abuso.
(6)
El problema ha tomado estado público, no sólo por su difusión en el tribunal,
en el hospital o en la escuela, sino que algunas de las personas involucradas en
él llegan a asistir a programas en los medios donde exponen su punto de vista.
Esta publicidad torna muy difícil para el tribunal revisar lo actuado, y
reconocer eventualmente un error respecto del diagnóstico de abuso.
Validación
de las denuncias: análisis del
contexto
(1)
El litigio
De
las denuncias producidas, una porción corresponde a familias que conviven, con
diferentes grados de conflicto, y que reaccionan con incredulidad a la revelación,
hecha por lo general por la víctima, del episodio de abuso. Ignoran el
procedimiento legal a seguir en estos casos y carecen de asistencia letrada. En
su caso, las acciones legales que eventualmente se inicien, no implican un
compromiso emocional hostil por parte de los actores, que tienden a ocultar su
situación y a delegar en el tribunal las decisiones.
El
otro grupo, acude a consecuencia de denuncias producidas en el marco de un
litigio pos-divorcio. Es en general
el tribunal el que ordena la validación de la denuncia, o bien que se estime la
posibilidad de iniciar una revinculación entre el menor y el denunciado, ante
un diagnóstico incierto realizado con anterioridad. En la mayoría de estos
casos se ha operado un proceso de exclusión parental progresiva (Albarracín y
col. , 1991), cuya última instancia es la interrupción de un régimen de
visitas ante la sospecha de abuso sexual. Esta
es precedida por resistencia de los menores a su cumplimiento, episodios de
agresión entre los progenitores, visitas asistidas, denuncias policiales e
interrupción total del diálogo parental.
En este grupo, las víctimas suelen ser niñas, menores de 6 años, de
las que se dice que han dado una versión acerca de una presunta conducta
abusiva del progenitor visitante. La actitud del denunciante previa a recibir
esta información, es en general de extrema suspicacia, que determina
interrogatorios a los menores sobre sus actividades durante las visitas,
atendiendo de manera insistente a todo lo que parezca tener carácter abusivo.
La resistencia de los niños a los encuentros es interpretada como defensa ante
alguna clase de daño de que están siendo objeto, y este supuesto conduce la
indagación. Los esfuerzos del excluido por mantener el contacto son tomados-
por el conviviente y los niños- como meras provocaciones y agresiones, y como
prueba de su carácter violento, más que como demostraciones de interés por
los hijos.
(2)
La interrupción de los contactos
La
suspensión de los contactos, fáctica u ordenada por el tribunal, tiene
consecuencias que conviene revisar, sea que el abuso ocurrió o no:
-En
primer lugar, el/los menores no alcanzan a comprender los motivos, pero saben
que algo malo ha pasado, y generalmente se sienten responsables del alejamiento.
-El
clima familiar se ha tornado muy hostil hacia el excluido, y ejerce presión
para que los niños oculten sus sentimientos positivos hacia él.
-Con
frecuencia, niños muy pequeños piensan que el acusado los ha abandonado, o que
ha muerto, y con mucha frecuencia, que está enojado con ellos.
-Los
intentos de revinculación o los encuentros ocasionales (escuela, tribunal), son
tan violentos que hacen desear al niño que no se repitan.
-En
general, los niños escuchan conversaciones entre adultos llenas de tensión y
amenazas, que aumentan su angustia.
-De
los pocos datos que reciben, surge el temor a ser secuestrados, alejados de su
madre, o castigados de alguna forma por el denunciado, a quién perciben como
colérico y vengativo.
-Se
habitúan a descifrar, de las expresiones y estados de ánimo de los adultos, qué
deben decir o hacer para evitar más violencia, y pierden toda espontaneidad.
-El
acusado es asesorado por sus letrados para abstenerse de intentos espontáneos
para restablecer el contacto, y se habitúa a hacerse acompañar por testigos o
escribanos, en previsión de nuevas denuncias.
-La
percepción de amenaza por parte de los adultos incrementa todas las medidas de
protección (cambios de teléfono y domicilio, contestadores automáticos las 24
hs. , alerta a la escuela, abandono de salidas y actividades que expongan al
encuentro con la contraparte, espionaje, bloqueo de encuentros/comunicaciones
con familia y amigos del denunciado, etc.), y también las conductas que apelan
a soluciones mágicas (consulta con videntes, y rechazo de objetos o regalos
provenientes de la contraparte).
(3)
El sesgo de los profesionales
El
efecto del sesgo y las expectativas del experimentador ha sido suficientemente
estudiado durante este siglo. La información consistente con las expectativas
es más fácilmente detectada y recordada (Ceci & Bruck, 1994); el número
de casos confirmatorios es sobreestimado, y las expectativas pueden asimismo
deformar la información que resulta incongruente.
Estudios realizados con niños de 5 y 6 años demostraron que sus
recuerdos se tornaban inexactos y que perdían precisión con el paso del tiempo
(Ceci, Leitman & White, en prensa) bajo la influencia del entrevistador, y
que las notas tomadas por un previo entrevistador influían sobre el siguiente.
Los recuerdos de los niños resultaron ser muy exactos, con pocos errores
de omisión o comisión, pero cuando las hipótesis de los entrevistadores eran
incorrectas, el incitaban un importante monto de información incorrecta,
especialmente entre los más pequeños. Pettit,
Fegan y Howie (1990, citados por Ceci y Bruck), confirmaron el hecho de que las
creencias del entrevistador influían sobre su estilo de interrogar a los niños,
y sobre la consiguiente exactitud de los informes de éstos. Clarke y col.
(1989) condujeron un estudio con niños de 5 y 6 años que demostró que el 75 %
de los niños se conformaban rápidamente a las sugestiones del entrevistador, y
que el 90 % de ellos acordaban con la interpretación que éste daba de un
evento.
Los
datos provistos por estos tres estudios son propuestos por Ceci y Bruck como
prueba del peligro de que el entrevistador cuente con una única hipótesis
acerca de un hecho. Tanto que ésta sea correcta como incorrecta, queda
demostrado que puede influir fuertemente sobre la información dada por los niños.
Esto permite concluir que los entrevistadores deben proceder como los científicos:
llegar a la verdad a través de eliminar las hipótesis rivales, especialmente
las más razonables, e intentando falsificar sus hipótesis preferidas (Ceci
& Bronfenbrenner, 1991). En la práctica clínica estas recomendaciones son
difíciles de seguir, debido a las múltiples presiones bajo las que trabajan
los profesionales. Tampoco se cuenta con la posibilidad, en la mayoría de los
casos, de que otros entrevistadores puedan testear hipótesis alternativas si
fallan los que intervienen inicialmente. Sin
embargo, los entrevistadores deberían entrenarse en poner a prueba dos o más
hipótesis simultáneamente, sin que ello implique desconfianza hacia el niño.
(4)
Los letrados
La
primera impresión que nuestro servicio recibe
de las comunicaciones iniciales con los letrados es la de la extrema alarma que
los embarga. En general, si no tienen experiencia en el tema, se sienten
inmediatamente identificados con su cliente y aceptan, sin cuestionarla, la
versión que éste da sobre la contraparte y, si se trata del letrado de la
parte denunciante, sobre lo
informado por el niño. La mayoría
de ellos tiene hijos, y se horrorizan ante las denuncias de abuso sexual.
Por
falta de información, incurren con frecuencia en algunas de las siguientes
generalizaciones:
(1)
Si su cliente dice haber sufrido violencia psicológica o física de parte de su
ex-cónyuge, este dato es interpretado como predictor de abuso sexual.
El razonamiento-erróneo- que se sigue es que si alguien es
"trasgresor" en ciertas áreas de su vida, lo puede ser en otras.
(2)
Si el/la cliente informa que su ex-cónyuge tiene hábitos sexuales promiscuos,
o considerados "aberrantes" (ej.preferencia por sexo oral o anal, uso
de videos o accesorios, etc.), o bien una sexualidad considerada muy intensa,
este dato es también asumido en apoyo de la presunción de abuso.
(3)
Si el acusado ha incurrido en castigos físicos sobre los niños, se considera
que también es capaz de abusar sexualmente.
(4)
Si el cliente juzga que su ex-cónyuge tiene orientación homo o bisexual, por
su historia, modales, etc., este juicio afirma al letrado en la creencia acerca
de la veracidad de la denuncia.
(5)
Si el acusado se muestra descortés o agresivo en reuniones, audiencias, etc.
también afianza la presunción de
su culpabilidad.
Estas
creencias precipitan al letrado en una verdadera cruzada en pos de la defensa
del menor, de la que es muy difícil retornar. Es improbable que, en esta etapa
de su compromiso, acepte que dicha
defensa incluye asegurarse minuciosamente de que el abuso ocurrió, porque de lo
contrario está contribuyendo a lesionar los mismos derechos que se propone
defender.
(6)
La falta de datos médicos.
La
complejidad de temas médicos y psicosociales implicados en el fenómeno del
abuso determina que la mayoría de los pediatras no estén suficientemente
preparados para responder a este sector de su práctica clínica. La
insuficiencia curricular, los factores afectivos limitantes y la carencia de
cursos de especialización afectan su práctica. Si las evaluaciones médicas
están bien conducidas sirven al interés del niño y su familia. Por el
contrario, una evaluación inadecuada puede dañar al niño y a su familia, por
el estrés del examen y por la desinterpretación de los hallazgos clínicos
(Kirschner & Stein, 1985; Money & Lamacz, 1987; Paradise, 1989).
Giardino y col. (1998) presentan resultados de un estudio realizado sobre
respuestas a cuestionarios de 147 profesores y 64 residentes, que encontraron
insuficiente su preparación para este tipo de práctica clínica. Por lo
general, los pediatras no disponen de un protocolo estandarizado de examen, ni
de un adecuado apoyo interdisciplinario.
A
lo dicho se agrega la reticencia de los pediatras a reportar hallazgos
(fe3082Schetky D. H. & Benedek, E. P. (1985)
Emerging Issues in Child Psychiatry and Law.
New
York, Brunner/ Mazel. Sedlak A.J. &
Broadhurst, D.D. (1996)
Executive
Summary of Third National Incidence Study of Child Abuse and Neglect.
Washington DC, National Center on Child Abuse and Neglect, HHS. Shor, R.
(1998)
Pediatricians in Israel: Factors wich Affect the Diagnosis and Reporting of Maltreated Children. Child Abuse & Neglect, 22, 2,143-153.
APADESHI