(...) Desde el punto de vista social y moral, la separación o ruptura de la pareja de progenitores produce, por lo general, efectos perjudiciales en los hijos que, frecuentemente, se sienten culpables de los conflictos entre adultos, sufren depresiones y angustias, ven disminuir su autoestima y padecen una mayor confusión de roles. En hijos de padres separados es frecuente ver aparecer, con mayor fuerza, el desconcierto y las tentaciones de conductas antisociales, etc. (Ver en las notas bibliográficas que se adjuntan, las fuentes y los fundamentos teóricos y fácticos).
Esos efectos nocivos sobre los hijos son todavía más graves si la separación está cargada de hostilidades, rencores y propósitos de venganza. Es claro que sufren mucho más los hijos cuyos padres son protagonistas de actos de violencia (del tipo que sea: psicológica, física, verbal, emocional). Al ser testigos de esas situaciones, en los hijos quedan estigmas imborrables.
Es frecuente que, en medio de un grave conflicto de pareja que conlleva la ruptura litigiosa, los progenitores tiendan a ver al hijo como instrumento útil para ser usado contra el otro adulto en ese conflicto. Al mismo tiempo, suelen considerar que obtener la alianza y la tenencia de ese hijo es el mayor trofeo de la guerra que están librando.
Año tras año viene aumentando dramáticamente el número de menores que sufren las consecuencias demoledoras de la manipulación planificada y ejecutada por uno u otro de sus progenitores con el fin de transformarlo en un aliado en la guerra contra el otro progenitor.
Se llega al extremo de inducir y terminar instalando en el alma del menor un fuerte e irracional rechazo contra el otro progenitor. Cuando ello ocurre, estamos ante un fenómeno complejo, un desorden o trastorno que los especialistas suelen denominar proceso o síndrome de alienación parental. Una legión de prestigiosos psiquiatras y psicólogos que llegan hasta nuestros días (entre quienes se destacó el psiquiatra Richard Gardner) estudian exhaustivamente el fenómeno y lo describen con detalle.
Más allá de la denominación que los especialistas prefieran, es un hecho evidente, observable por todos, que existen situaciones conflictivas de separación o divorcio en medio de las cuales uno de los progenitores (comúnmente quien tenga la custodia del menor, que suele ser la madre, cfr. notas 23 a 29) logra instalar -“inculcación maliciosa”- en el hijo menor un discurso falaz como si fuese veraz, contrario al otro progenitor, con el fin de obtener la adhesión incondicional del hijo y quebrar los vínculos entre el menor y ese otro progenitor. Suelen ir todavía más lejos y procuran destruir todo vínculo con el entorno familiar del progenitor alienado que, por lo general, es el padre.
Si la maniobra avanza, el menor recitará el discurso que fabricó la madre para obtener el alejamiento del progenitor que no convive con el menor. En los hechos, por venganza, ventajismo, autoprotección, etc., la madre se propone algo así como dejar al menor huérfano de padre, sin importarle el daño enorme que está ocasionando al hijo.
La progenitora que maltrata de este modo a su hijo dejó de percibir que el hijo posee necesidades propias (que son diferentes a las maternas y paternas) y pasa a comportarse, con una visión simbiótica, como si madre-hijo fueran una misma cosa o persona indivisible. Para esa madre, el hijo dejó de ser “alguien” para convertirse en “algo” que utilizará en su provecho atacando al padre contra quien está librando una guerra sin cuartel. Obtener el apoyo incondicional, exclusivo y excluyente del hijo pasa a ser el objeto del conflicto entre los integrantes de la pareja.
Fácil es comprender que la separación litigiosa siempre es dolorosa para el menor que teme el riesgo de pérdidas afectivas. Cuando el deterioro de la relación entre los progenitores llega a la ruptura contenciosa y surge un nuevo campo de batalla por la tenencia o los encuentros con el menor, éste va padeciendo sensación de abandono y se ve en la necesidad de lograr el cariño y la cercanía permanente de, por lo menos, uno de sus padres.
Consumada la ruptura de la pareja, ese mismo temor por la pérdida de los afectos lleva al menor a un apego emotivo todavía mayor hacia aquel de los progenitores que, de hecho, esté junto a él. En ese progenitor (por lo general, la madre) el menor buscará y dará protección en una especie de alianza (o complicidad, o identificación defensiva) que tiene al otro progenitor (padre) como enemigo común, al cual terminarán agraviando y difamando a través de una acción conjunta.
Ante la ruptura de la pareja, el menor queda entrampado en un “conflicto de lealtades” y suele tender a inclinarse o aliarse (alinearse) por aquel de sus progenitores que se le presenta como el más frágil o vulnerable. Por ello, es común que en los procesos contenciosos de divorcio, el menor manifieste su preferencia de convivir con quien percibe como más débil, más desgraciado o más necesitado de su apoyo.
Es notable esta especie de opción generosa del menor que, renuncia a su propio deseo e interés legítimo de permanecer ligado a ambos progenitores, para volcarse por quien él ve más desdichado o más infeliz. Ante esa opción generosa del menor, contrasta la actitud egoísta, despechada y vengativa de aquella madre (o padre, según el caso) que se esfuerza por presentarse ante el hijo como una víctima inocente del otro progenitor a quien describe como verdugo y, en consecuencia, se opone a compartir con él la tenencia del menor o trata de impedir encuentros o visitas. En estos casos, lo que se conoce como sobreprotección materna es, en realidad, autoprotección de la misma madre, fruto del egocentrismo y del afán por demoler la figura del otro progenitor para impedir todo vínculo paterno-filial.
Sin perjuicio de lo anteriormente dicho, para decidir por quién inclinarse, según algunos especialistas, pesa también en el ánimo del menor (según edades y otras circunstancias) la percepción y valoración de aquel progenitor que resuelva más y mejor sus dificultades prácticas.
Durante el transcurso de los procesos judiciales por litigios referidos a divorcio, tenencia de los menores, visitas a los mismos, etc. es frecuente la aparición de falsas denuncias por malos tratos o por abuso sexual, como parte de las estrategias de manipulaciones (a veces sibilinas y en ocasiones muy torpes) que la madre alienadora planifica y ejecuta para volcar al hijo contra su padre y perjudicar a éste en el ámbito judicial.
Por el temor de perder al hijo si éste prefiriera estar más tiempo con su padre, la madre “programa” al menor contra su padre, “lavando su cerebro”, a través de acciones conscientes y sistemáticas que no excluyen las amenazas sutiles o descaradas ni la presencia de factores subconscientes e inconscientes.
Aquello de “el tiempo cura las heridas” no parece aplicable a los casos que comentamos porque la situación se agrava y se torna más difícil de revertir a medida que transcurre el tiempo de manipulación sin que el padre haya retomado la relación con su hijo.
Si la acción judicial es lenta o torpe, el padre que está siendo injustamente apartado de su hijo por la manipulación de la madre, tendrá ahora que padecer otro fortísimo obstáculo.
La lentitud judicial, con la demora en la adopción de medidas efectivas, le da continuidad a la campaña denigratoria que la madre despliega contra el padre y fomenta la alienación que éste sufre, haciendo que la madre alienadora sienta como si se estuviese legitimando su comportamiento. Se produce, en los hechos y aunque no sea buscada, una especie de alianza o complicidad, entre la madre manipuladora y el órgano judicial lento o torpe que agrava los perjuicios que sufren el menor y el padre alienado. Se agiganta así la injusticia que se está cometiendo.
Para empezar a solucionar el problema es imprescindible que judicialmente se adopten resoluciones rápidas y contundentes que neutralicen las maniobras del progenitor alienador.
En el entendido que el problema que comentamos es de naturaleza psico-jurídica el abordaje también deberá serlo. Se requiere simultaneidad de acciones psicoterapéuticas y judiciales.
Lo prioritario es la situación del menor que, mientras no se resuelva judicialmente en la forma adecuada, seguirá sufriendo los efectos perjudiciales de la ausencia del padre a quien se le están obstaculizando injustamente los encuentros con su hijo.
Es
por el bien del menor que se debe restablecer cuanto antes la relación
paterno-filial. Y es también un acto de justicia para con el padre que
viene siendo víctima de descalificaciones y privado del derecho natural que
posee a mantener un normal relacionamiento con su hijo, sin las
interferencias dañinas que resultan de las maquinaciones malintencionadas
de la madre.-
APADESHI
Argentina